Por Alejandro Castañeda
De a poco, mientras el país hace como puede su duelo mundialista, la realidad se encarga de pasar en limpio la carga de cábalas, pronósticos, alardes y promesas. Los números subrayan con crudeza el fiasco de una Selección que, ante el primer escollo en serio, acabó claudicando de manera estrepitosa.
Maradona esta vez al menos nos perdonó sus bochornosos desplantes y se fue abatido y cabizbajo sin fuerza ni para enojarse. Fue su mayor tributo. Las piñas alemanas lo dejaron, como a nosotros, sin reacción. Su equipo, ese Rolls Royce al que Diego le iba a sacar la tierra, se despidió dando pena. Él no advirtió lo que hasta el pulpo adivinador ya había anticipado: que esta confusa selección, sin conductor ni estrategia, no iba a poder con los germanos. Pero no hubo autocrítica. Diego no dio ninguna explicación sobre su falta de planificación ni sobre su cambiante formación. La admisión de responsabilidad no entra en su manual. Su imagen al borde de la cancha fue desoladora: mientras el equipo se hundía, el capitán de ese barco a la deriva miraba absorto el festín alemán, sin entender nada, sin meter un cambio, sin dar alguna indicación, dejando que el tiempo pasara y mirando al cielo para que otros goles no elevaran la debacle a la altura de un papelón.
Fue tan categórica la superioridad alemana, que Diego se acabó plegando al clima de resignación y tristeza que alcanzó a
Cierre demoledor para un ciclo signado por el desorden, los exabruptos, los caprichos y las goleadas (en contra). Telón lastimoso para un aprendiz de técnico al que la AFA le prestó un seleccionado para que vaya adquiriendo fogueo y que sólo devolvió sufrimiento en las eliminatorias y desilusión en el Mundial.
Nada sirvió ante el dominio absoluto de una Alemania que esa tarde, gracias a la falta de planteo, jugó un partido perfecto ante un rival que terminó aceptando esa superioridad como una fatalidad imposible de revertir. Hacía mucho que la Selección no era tan apabullada en un Mundial. Maradona ya tenía el récord de los seis goles bolivianos, pero estos cuatro dolieron más. De nada sirvió la ayuda de Ruggeri, el saludo cabulero al nieto, los permisos de sexo y dulce de leche, las coincidencias con el Mundial del 86 y la invocación a la tradicional buena suerte del Diego. No hubo video motivador ni planificación ni arrestos individuales salvadores. Diego desaprovechó un plantel de reconocida riqueza. No sólo desperdició jugadores que son estrellas en España, el gran del fútbol del momento; tampoco pudo recurrir a la fama milagrera de Palermo ni aprovechó el vestuario de Garcé ni nos entregó algo del prometido pellejo de sus 23 fieras. La imagen de Maradona, dirigiendo una práctica con un habano en la boca, es la postal irritante y altanera de un país que siempre quiere sobrar y al que tanto le falta.
Lo llamativo es la veneración que puede despertar una derrota. Después del humillante 4-0, después de tantos sueños rotos, en lugar de buscar respuestas se eligió el camino de los homenajes excesivos y la oportunista idealización: el mandamás de la AFA dijo sin inmutarse que Maradona es el único habitante que puede hacer lo que quiere;
(Artículo recuperado del diario EL DÍA de la ciudad de La Plata; edición 11.07.2010)
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