lunes, 29 de noviembre de 2010

ARTURO UMBERTO ILLIA



Illia en pijamas

Por Alfredo Leuco

(Columna en radio Continental, ciudad de Buenos Aires; programa de Fernando Bravo, de 13 a 17 hs.;15/11/10)

El sábado, en su glorioso recital, Jairo contó una vivencia estremecedora de su Cruz del Eje natal. Una madrugada, su hermanita no paraba de temblar mientras se iba poniendo morada. Sus padres estaban desesperados. No sabían qué hacer. Temían que se les muriera y fueron a golpear la puerta de la casa del médico del pueblo. El doctor Arturo Illia se puso un sobretodo sobre el pijama, se trepó a su bicicleta y pedaleó hasta la casa de los González. Apenas vio a la nenita dijo: “Hipotermia”. “No sé si mi padre entendió lo que esa palabra rara quería decir”, contó Jairo. La sabiduría del médico ordenó algo muy simple y profundo. Que el padre se sacara la camisa, el abrigo y que con su torso desnudo abrazara fuertemente a la chiquita a la que cubrieron con un par de mantas. “¿No le va a dar un remedio, doctor?”, preguntó ansiosa la madre. Y Arturo Illia le dijo que para esos temblores no había mejor medicamento que el calor del cuerpo de su padre.

A la hora la chiquita empezó a recuperar los colores. Y a las 5 de la mañana, cuando ya estaba totalmente repuesta, don Arturo se puso otra vez su gastado sobretodo, se subió a la bicicleta y se perdió en la noche. Jairo dijo que lo contó por primera vez en su vida. Tal vez esa sabiduría popular, esa actitud solidaria, esa austeridad franciscana lo marcó para siempre. El teatro se llenó de lágrimas. Los aplausos en la sala denotaron que gran parte de la gente sabía quien había sido ese médico rural que llegó a ser presidente de la Nación. Pero afuera me di cuenta que muchos jóvenes desconocían la dimensión ética de aquel hombre sencillo y patriota. Y les prometí que hoy, en esta columna les iba a contar algo de lo que fue esa leyenda republicana.

Llegó a la presidencia en 1963, el mismo año en que el mundo se conmovía por el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y lloraba la muerte del Papa Bueno, Juan XXIII.

Tal vez no fue una casualidad. El mismo día que murió Juan XXIII nació Illia como un presidente bueno. Hoy, todos los colocan en el altar de los próceres de la democracia.

Le doy apenas alguna cifras para tomar dimensión de lo que fue su gobierno. El Producto Bruto Interno (PBI) en 1964 creció el 10,3% y en 1965 el 9,1%. “Tasas chinas”, diríamos ahora. En los dos años anteriores, el país no había crecido, había tenido números negativos. Ese año la desocupación era del 6,1%. Asumió con 23 millones de dólares de reservas en el Banco Central y cuando se fue había 363. Parece de otro planeta. Pero quiero ser lo mas riguroso posible con la historia. Argentina tampoco era un paraíso. El gobierno tenía una gran debilidad de origen. Había asumido aquel 12 de octubre de 1963 solamente con el 25,2% de los votos y en elecciones donde el peronismo estuvo proscripto.

Le doy un dato más: el voto en blanco rozó el 20% y por lo tanto el radicalismo no tuvo mayoría en el Congreso. Tampoco hay que olvidar el encarnizado plan de lucha que el Lobo Vandor y el sindicalismo peronista le hizo para debilitarlo sin piedad. Por supuesto que el gobierno también tenía errores como todos los gobiernos. Pero la gran verdad es que Illia fue derrocado por sus aciertos y no por sus errores. Por su histórica honradez, por la autonomía frente a los poderosos de adentro y de afuera. Tuvo el coraje de meter el bisturí en los dos negocios que incluso hoy más facturan en el planeta: los medicamentos y el petróleo. Nunca le perdonaron tanta independencia. Por eso le hicieron la cruz y le apuntaron los cañones. Por eso digo que a Illia lo voltearon los militares fascistas como Onganía que defendían los intereses económicos de los monopolios extranjeros. Él lo dijo con toda claridad: a mi me derrocaron las 20 manzanas que rodean a la casa de gobierno.

Nunca más un presidente en nuestro país volvió a viajar en subte o a tomar café en los bolichones. Nunca más un presidente hizo lo que el hizo con los fondos reservados: no los tocó. Nació en Pergamino pero se encariñó con Cruz del Eje donde ejerció su vocación de arte de curar personas con la medicina y de curar sociedades con la política. Allí conoció a don González el padre de Marito, es decir de Jairo. Atendió a los humildes y peleó por la libertad y la justicia para todos.

A Don Arturo Umberto Illia lo vamos a extrañar por el resto de nuestros días porque hacía sin robar, porque se fue del gobierno mucho más pobre de lo que entró y eso que entró pobre. Su modesta casa y el consultorio fueron donaciones de los vecinos y en los últimos días de su vida atendía en la panadería de un amigo. Fue la ética sentada en el sillón de Rivadavia. Yo tenía 11 años cuando los golpistas lo arrancaron de la casa de gobierno. Mi padre que lo había votado y lo admiraba profundamente se agarró la cabeza y me dijo:
- Pobre de nosotros los argentinos. Todavía no sabemos los dramas que nos esperan.

Y mi viejo tuvo razón. Mucha tragedia le esperaba a este bendito país. Yo tenía 11 años pero todavía recuerdo su cabeza blanca, su frente alta y su conciencia limpia.

(¿Es Néstor Carlos Kirchner, el Arturo Umberto Illia del peronismo?)

sábado, 20 de noviembre de 2010

DOS MIRADAS



Una epopeya largamente ocultada

Pacho O'Donnell / Para LA NACION

El combate de la Vuelta de Obligado es la expresión a cañonazos de un conflicto que recorre la historia argentina: el de las ambiciones de ciertas dirigencias vernáculas asociadas en beneficio propio con las potencias exteriores del momento, enfrentadas con los intereses nacionales, sobre todo de los sectores populares, que en 1845 fueron organizados y armados por su líder natural, Juan Manuel de Rosas.

Obligado es, junto con el Cruce de los Andes, una de las dos mayores epopeyas militares de nuestra patria. Una gesta victoriosa en defensa de nuestra soberanía política, económica y territorial que puso a prueba exitosamente el coraje y el patriotismo de argentinas y argentinos, lamentablemente silenciada por la historiografía liberal escrita por la oligarquía porteñista, antipopular y europeizante, vencedora de nuestras guerras civiles del siglo XIX.

Versión que continúa hoy vigente con algunos cambios epidérmicos y con denominaciones oportunistas que, por ejemplo, incorporan el término "social" para disimular su conservadurismo y continuismo. Corriente que, aprovechando los golpes militares y ante la expulsión de la historiografía peronista y marxista de nuestras universidades, se adueñó del poder que administra cátedras, subsidios, becas, empleos.

Ser revisionista no supone ser "antimitrista". Bartolomé Mitre fue un argentino excepcional que dirigió inmensos ejércitos, tradujo La Divina Comedia , llegó a presidente de la república. Y también escribió los fundamentos de nuestra historia al mismo tiempo que la protagonizaba. Tuvo la sensibilidad social de poner en superficie el heroísmo inconcebible de los caudillos altoperuanos, pero no pudo mantener esa objetividad al ocuparse de los caudillos federales tardíos, a quienes perseguía porque se habían constituido en un serio obstáculo para su proyecto de Organización Nacional. La historiografía que el revisionismo cuestiona se plasmó años después, en parte basada sobre sus escritos, pero sobre todo al calor de una "educación patriótica", cuyo objetivo fue hacer que las masas inmigrantes incorporasen "lo nacional" alimentadas por una versión rígida, simplificada y conservadora de nuestra historia. Cuando se habla de "historia oficial" se debe hablar más de Ricardo Levene que de Mitre.

Corría 1845. Las dos más grandes potencias económicas, políticas y bélicas de la época, Gran Bretaña y Francia, se unieron para atacar a la Argentina, entonces bajo el mando del gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Rosas. El pretexto "humanitario", infaltable en toda incursión imperial, tuvo la complicidad de los unitarios emigrados en Montevideo: a los "interventores", como les gustó llamarse a los europeos, no los movía otra intención que apoyar a quienes se oponían al gobierno supuestamente tiránico de Rosas.

Es cierto que Rosas era violento; todos en esa época lo eran, también Paz, Lavalle y Urquiza. En cuanto al terror rosista, es sin duda cuestionable la creación de "la Mazorca", una organización parapolicial para perseguir y amedrentar a los opositores; pero también es cierto que en sus períodos más cruentos, octubre de 1840 y abril de 1842, no murieron más de 60 personas, lejos de las 200 ejecutadas por Urquiza en las semanas posteriores a Caseros.

Los motivos reales de la "intervención en el Río de la Plata" fueron de índole económica. Se imponía el castigo a ese gaucho insolente que desafiaba a las potencias europeas con trabas al libre comercio y medidas aduaneras que protegían los productos nacionales, y fundando un Banco Nacional que escapaba al dominio de los capitales extranjeros.

Gran Bretaña y Francia se habían unido para expandir sus mercados aprovechando el invento de los barcos de guerra a vapor, que les permitían internarse en los ríos sin depender de los vientos y así alcanzar nuestras provincias litorales, el Paraguay y el sur del Brasil. Esas intenciones eran confirmadas por los casi cien barcos mercantes que seguían a las naves de guerra.

Lo más grave para nuestra soberanía era la pretensión de independizar Corrientes, Entre Ríos y lo que es hoy Misiones formando un nuevo país, la "República de la Mesopotamia", que empequeñecería y debilitaría aún más a la Argentina, que ya había sufrido el desgarro de la Banda Oriental, con la insólita anuencia de Rivadavia, y del Alto Perú (Bolivia) ante la indiferencia de Alvear. Sería Urquiza, luego de Caseros y en acuerdo con el emperador de Portugal Juan I, quien reconocería la independencia del Paraguay, algo a lo que Rosas se negó con pertinacia.

Ingleses y franceses creyeron que la sola exhibición de sus imponentes naves, sus entrenados marineros y soldados, y su modernísimo armamento bastarían para doblegar a nuestros antepasados, como acababa de suceder con China. Pero no fue así: Rosas, que gobernaba con el apoyo de la mayoría de la población, sobre todo de los sectores populares, decidió hacerles frente. Encargó al general Lucio N. Mansilla conducir la defensa. Su estrategia fue la siguiente:

1) Era imposible vencer militarmente a los invasores por la diferencia de poderío y experiencia, lo que hacía inevitable que tuvieran éxito en su propósito de remontar el río Paraná.

2) Dado que se trataba de una operación comercial encubierta, el objetivo era provocarles daños económicos suficientes como para hacerlos desistir de la empresa y lograr así una victoria estratégica que vigorosas negociaciones diplomáticas harían luego contundente.

3) Era necesario buscar un lugar del Paraná donde fuera posible alcanzar los barcos enemigos con los escasos, anticuados y poco potentes cañones con que se contaba.

Mansilla emplazó cuatro baterías en el lugar conocido como Vuelta de Obligado, donde el río se angosta y describe una curva que dificultaba la navegación. Allí nuestros heroicos antepasados tendieron tres gruesas cadenas sostenidas sobre barcazas y así lograron que durante el tiempo que tardaron en cortarlas los enemigos sufrieran numerosas bajas en soldados y marineros y devastadores daños en sus barcos de guerra y en los mercantes. El calvario de las armadas europeas y los convoyes que las seguían continuó durante el viaje de ida y de regreso, siendo ferozmente atacadas desde las baterías de "Quebracho", del "Tonelero", de "San Lorenzo" y, otra vez, desde "Obligado". La estrategia de Rosas y Mansilla tuvo éxito y las grandes potencias se vieron obligadas a capitular aceptando las condiciones impuestas por la Argentina y cumpliendo con la cláusula que imponía a ambas armadas, al abandonar el río de la Plata, disparar 21 cañonazos de homenaje y desagravio al pabellón nacional.

Desde su destierro en Francia, San Martín, henchido de orgulloso patriotismo, escribió a su amigo Tomás Guido el 10 de mayo de 1846: "Los interventores habrán visto por este échantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca". Más adelante felicitaría al Restaurador: "La batalla de Obligado es una segunda guerra de la Independencia". Y al morir le legó su sable libertador.

Insólitamente, hay argentinos que siguen empeñados en negar la importancia de Obligado y hasta objetan la victoria patriota. Aliados así otra vez con los invasores del 45, sobre todo con Francia, que, al calor de la humillación sufrida, insiste aún hoy que la guerra del Paraná le fue favorable. Aducen para ello que superaron las barreras de Obligado, remontaron el Paraná hasta su fin y regresaron. Como muestra, en el Panteón de Napoleón donde se exhiben las banderas enemigas tomadas en victorias militares, se exhibe en el puesto 32 una enseña argentina manchada en sangre recuperada de alguno de los lanchones que sostenían las cadenas.

Pero lo que demuestra su derrota es que no se cumplieron ninguno de los objetivos de la invasión de las potencias: las provincias litorales siguen siendo argentinas, el Paraná es un río interior de nuestro territorio y la Argentina no es un protectorado británico, como habían acordado los unitarios con las potencias "interventoras".

Serían otras las formas, más sutiles y eficaces, que las potencias invasoras, sobre todo Inglaterra, pondrían en juego en el futuro para restañar las heridas y para dominar hasta 1945 nuestra economía, nuestra política y nuestra cultura con la complicidad de sus "socios interiores".

Transformar la derrota en victoria

Luis Alberto Romero / Para LA NACION

El Gobierno anuncia la gran celebración de un aniversario de la Vuelta de Obligado, la batalla en la que, el 20 de noviembre de 1845, las tropas de Rosas intentaron inútilmente bloquear el acceso de la flota británica por el río Paraná. Paralelamente, los escritores neorrevisionistas baten el parche y despiertan sentimientos e imaginarios de un nacionalismo hondamente arraigado en nuestra sociedad. A la vez, por qué no, realizan un buen negocio editorial.

Como de costumbre, anuncian la revelación de un episodio que la "historia oficial" ha mantenido oculto. En realidad, el episodio de la Vuelta de Obligado puede ser leído en casi cualquier libro que se ocupe del período. Por ejemplo, en dos autores clásicos y de ideas diferentes: José Luis Busaniche y Ernesto Palacio. Dos probos historiadores británicos, H. S. Ferns y John Lynch, han dicho todo lo que necesitamos saber acerca de las trapisondas del lobby de comerciantes e industriales de Liverpool y Manchester, que presionó permanentemente sobre la política del Foreign Office en el largo conflicto de la Cuenca del Plata. Tulio Halperin Donghi, hace 40 años, trazó un balance equilibrado del asunto, bastante favorable a Rosas: sin cuestionar los sólidos lazos que ligaban con Gran Bretaña a los hacendados y comerciantes porteños e ingleses -dice-, Rosas defendió encarnizada y a la larga eficazmente la independencia política de la región, en la época de la "política de las cañoneras", cuando nadie podía asegurar cuáles serían los límites del colonialismo europeo. Rosas puso esos límites.

Coincido con esos balances, que destacan no tanto las heroicas acciones militares en el Paraná como la tozuda y cazurra práctica diplomática de Rosas en los cuatro años siguientes. Me parece más difícil de aceptar, en cambio, que la batalla del 20 de noviembre de 1845 haya sido una gran "epopeya nacional", como se dice.

En primer lugar, fue una derrota. Honrosa y heroica, sin duda; victoria moral, como nos gusta a los argentinos; pero derrota al fin. La de los ingleses fue quizás una victoria a lo Pirro. Pero vencieron. Cortaron las cadenas, rompieron el bloqueo y llegaron con sus barcos a Corrientes, donde la sociedad local admiró los nuevos barcos de vapor y las damas alternaron y coquetearon con los oficiales británicos.

Sin embargo, sus logros fueron escasos. Los mercados de las provincias litorales eran menos atractivos que lo supuesto. Ninguno de los jefes políticos antirrosistas, en armas en las provincias litorales, quiso comprometerse con los ingleses. Los comerciantes británicos en Buenos Aires continuaron acumulando pérdidas con el bloqueo y reclamando una solución pacífica. Dicho esto, sopesemos el argumento de los neorrevisionistas: las fuerzas militares de Rosas, luego de la derrota del 20 de noviembre, practicaron una tenaz y meritoria guerrilla de retaguardia, que ocasionó pérdidas a la flota y a los buques mercantes ingleses. Un problema más. Por entonces, otros problemas en su vasto imperio informal reclamaron la atención del gobierno británico . En 1846 Aberdeen, cultor de la "política de las cañoneras", fue reemplazado en el Foreign Office por Palmerston, partidario del camino negociado. Hubo una nueva evaluación de la situación del Plata, y aunque el bloqueo se mantuvo hasta 1849, finalmente se llegó a un acuerdo muy honroso para el gobierno de la Confederación, en el que Rosas obtuvo lo que no pudo lograr en el campo de batalla. Celebremos pues el éxito pacífico de la diplomacia y no el fracaso de la guerra. La negociación y no la epopeya.

¿Fue "nacional" esta acción? También me parece dudoso. Los revisionistas y neorrevisionistas comparten una idea, de origen alemán, acerca de la existencia de una nación eterna, existente desde siempre y animada por el "alma del pueblo", el volgeist . Una idea importada, pensada para otras realidades, que nuestro nacionalismo aceptó con entusiasmo y aplicó a nuestro caso. Los historiadores profesionales sabemos que las naciones no existen desde siempre, sino que se construyen, en circunstancias determinadas. Casi siempre son impulsadas por Estados, que encuentran en el imaginario nacional su mejor legitimación.

En rigor, en 1845 el Estado nacional argentino todavía estaba en construcción; toda la Cuenca del Plata era un hervidero, y ni siquiera estaba claro qué parte de ella -¿el Uruguay o el Paraguay?- correspondería a la Argentina. Muchos conflictos estaban pendientes de resolución y era difícil saber cómo terminaría la historia, y en consecuencia, cuál de los intereses en pugna sería el "nacional". Nuestros neorrevisionistas dan por sentado que Rosas defendía el interés nacional. Quizá. Pero en la época había opiniones diferentes sobre cómo organizar el país, especialmente entre correntinos, entrerrianos y santafecinos, por no mencionar a uruguayos y paraguayos, cuya independencia Rosas cuestionaba.

En cambio es seguro que Rosas, bloqueando el Paraná e impidiendo la libre navegación de los ríos, sostuvo los intereses de Buenos Aires, una provincia que, bueno es recordarlo, hasta 1862 vaciló entre integrar el nuevo Estado o conformar un Estado autónomo. Rosas defendió con energía el monopolio portuario porteño, de cuyas rentas, no compartidas, vivía la provincia. Contra Rosas estaban quienes creían que la libre navegación de los ríos los beneficiaría. El conflicto se dirimió luego de Caseros. Mientras Rosas elegía exiliarse en Inglaterra -quizá para estudiar más de cerca a la "pérfida Albión"-, el Pacto de San Nicolás en 1852, y la Constitución Nacional en 1853, abrieron el camino a la libre navegación. Los neorrevisionistas hablan del triunfo de los intereses antinacionales. Eso los llevaría a ubicar a nuestra Constitución en el campo antinacional. A los que vemos en la Constitución el fundamento de nuestro orden institucional nos resulta imposible acompañarlos en esa posición.

Transformar una derrota en victoria. Hacer de una batalla donde primaron los intereses particulares de Buenos Aires un jalón en la construcción de la Nación. Todo eso es algo más que una opinión, poco rigurosa pero aceptable en un terreno por definición opinable, como lo es el pasado. Tal manera de ver las cosas constituye una parte central del "sentido común" nacionalista, muy arraigado en nuestra cultura, a tal punto de haberse convertido en una verdad que se acepta sin reflexión. En su tiempo, el revisionismo ayudó mucho a construirlo. Los escritores neorrevisionistas -confieso que me cuesta llamarlos historiadores- pulsan esa sensibilidad, la refuerzan, y adicionalmente la convierten en un buen negocio: bien publicitado, el nacionalismo patológico vende bien.

Digo nacionalismo patológico porque hay, en mi opinión, otro nacionalismo, al que prefiero llamar patriotismo, sano, virtuoso e indispensable para vivir en una nación. Pero en el sentido común de los argentinos predomina aquel otro: una suerte de "enano nacionalista" que combina la soberbia con la paranoia y que es responsable de lo peor de nuestra cultura política. Nos dice que la Argentina está naturalmente destinada a los más altos destinos; si no lo logra, se debe a la permanente conspiración de los enemigos de nuestra Nación, exteriores e interiores. Chile siempre quiso penetrarnos. Gran Bretaña y Brasil siempre conspiraron contra nosotros. Ellos fraccionaron lo que era nuestro territorio legítimo, arrancándonos el Uruguay, el Paraguay y Bolivia. La última y más terrible figuración del "enano nacionalista" ocurrió con la reciente dictadura militar. Entonces, el enemigo pasó de ser externo a interno: al igual que los unitarios con Rosas, la subversión era "apátrida" y, como tal, debía ser aniquilada. Poco después, la patología llegó a su apoteosis con la Guerra de Malvinas.

Ese nacionalismo constituye un mito notablemente plástico, capaz de adaptarse a situaciones diversas. Así, nuestro actual gobierno puede hacer uso de él, resucitar muchos de sus tópicos -tarea en la que ayudan estos escritores neorrevisionistas- e incluir en su campaña general contra diversos enemigos -la lista es conocida- este revival de la Vuelta de Obligado que prenuncia una revitalización del mito en beneficio propio, tal como lo está haciendo con la causa de las Malvinas. En 1983, muchos creímos que habíamos logrado desterrar al "enano nacionalista". Hoy, yo al menos lo dudo.

Artículos publicados en el matutino “La Nación” de la ciudad de Buenos Aires, el 18 de noviembre de 2010.

sábado, 13 de noviembre de 2010

EMBRIÓN DE 20 AÑOS


Un bebé, cuyo embrión estuvo congelado 20 años, nació en los Estados Unidos y se convirtió en un récord, ya que supera largamente al anterior, cuando el embrión permaneció congelado durante trece años.

El bebé, cuyo nombre y el de su familia se mantiene en el anonimato, fue dado a luz por una madre de 42 años, que junto a su pareja ensayó diversas técnicas de fertilización “in Vitro” sin éxito, a lo largo de más de diez años.

Finalmente, el embarazo y el nacimiento fue exitoso tras recurrir al implante de un embrión que fue mantenido congelado por casi dos décadas. El bebé nació sano y pesó casi 3 kilos, un dato importante ya que no se sabía demasiado acerca de cuáles eran los resultados de mantener los embriones congelados durante mucho tiempo. Ahora, los médicos responsables de esta experiencia afirman que este caso muestra que el paso del tiempo no parece afectar la viabilidad del futuro bebé.

Por el contrario, los especialistas se animan a alargar el tiempo de viabilidad hasta los 40 años de congelamiento; aunque este tipo de casos sería muy poco probable de ser llevado a cabo en la práctica.

Los embriones que se utilizan en las técnicas de fertilización “in Vitro” se mantienen congelados en nitrógeno líquido, y es un procedimiento relativamente simple y muy común, que hoy se realiza en cualquier clínica dedicada a la fertilidad.

Pero el caso de un congelamiento tan prolongado llevó a la publicación médica especializada, "Fertility and Sterility", a realizar un pormenorizado informe sobre el mismo.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Oda a la masturbación




A veces las chicas sólo queremos divertirnos. Nos pasa en la soledad de nuestra habitación cuando nos probamos una nueva tanga y se disparan nuestras fantasías, o en plena jornada laboral cuando el jean roza de más, o en la facultad (previas miradas con un compañero intrigante). Y a esa energía podemos darle cauce. Afortunadamente, los ardores teen y la urgencia de encontrar un hombre que sepa "qué hacer con eso" son algo superado. Hoy, masturbarse es un regalo, un mimo, que bien lo tenemos merecido. Olvídense de los diamantes; las mejores amigas de una chica son sus manos. Te explicamos por qué masturbarte te convierte en una mujer feliz, ¡y poderosa!

Te da poder

Volverte consciente del poder que tienen tus manos (o tu almohada, o tu juguete favorito, o la ducha o ese peluche que guardás desde la infancia) es darte cuenta de que tu placer depende exclusivamente de vos. Eso, aunque no lo sepas, cambia tu manera de encarar tu vida sentimental. Una mujer que sabe satisfacerse es una mujer que no se va a conformar con el primer "bondi" que se le cruce. No es lo mismo llevar a comer afuera a un desnutrido voraz que a un gourmet.

Previene enfermedades ¡y cura!

"Si decimos que tocarse mejora los niveles de insulina, estabiliza la glucosa, libera endorfinas, mejora los parámetros hormonales, produce analgesia (sustancia que bloquea dolores), mejora la circulación y reduce la presión arterial, no mentimos", explica la psiquiatra y sexóloga Silvia Valente. "Es fácil imaginar lo bien que esto le hace a nuestro sistema inmune", remarca.

Embellece

No es mito, es pura lógica. Autocomplacerse activa los mecanismos corporales que combaten el estrés: las hormonas que se liberan, como las endorfinas y oxitocina, y el estado de relax que se produce contrarrestan el daño que causan las tensiones diarias. Por eso, no es exagerado decir que mejora la vista, el pelo, la piel y la tonificación muscular. Tal vez no es tan importante como respirar, pero tiene todos los beneficios de una actividad vital. Y como si fuera poco, al equilibrar el metabolismo, tiene influencia en la disminución de la grasa corporal.

Mueve toda tu estantería

No lo sabés, pero cuando llega "ese" momento y tu cabeza empieza a disparar imágenes mientras tu cuerpo busca los movimientos exactos, estás movilizando mucho más que tus caderas. Cada vez que te tocás, activás todas las estructuras relacionadas con la sexualidad, que van más allá de la genitalidad y las hormonas: las fantasías, las emociones y hasta sentimientos reprimidos. Es por eso que masturbarte enriquece tu vida interior.

Potencia tu disfrute

Ahora que sabés qué funciona para vos, vas a poder enseñarle a “él” el camino hacia tu propio paraíso. Pero no se trata sólo de eso. La manera en que te zambullís en su cama es completamente diferente, desprejuiciada y libre. Si en solitario te das el permiso de explorar y divertirte (sin culpas, ni moralinas), acompañada por un buen amante que sepa potenciarte, no vas a conocer los límites.

No exige cumplir requisitos

Existe un momento ideal en la vida de una mujer, cuando no tiene que preocuparse por estar estrictamente depilada, con lencería erótica y alerta a los métodos anticonceptivos y las enfermedades sexuales, y es cuando se masturba. No importa si la dieta dio resultado, si el personal trainer es tan efectivo como prometía y si la luz está prendida o apagada. Mientras en el resto de tu vida todas las banalidades deben ser atendidas, acá la única por complacer sos vos. ¡Disfrútalo!

¿Cómo lo hacés?

Muchas mujeres preparan "ese" momento como si se tratara de una cita romántica, con baño de inmersión incluido, velas, una copa de vino y buena música, pero no son la mayoría. Muchas se masturban para arrancar el día (en la ducha, por ejemplo), mirando la tele después de trabajar o en la cama antes de ir a dormir. Lo llamativo es que no todas disfrutan de prolongar el momento el máximo tiempo posible; la mayoría de las chicas va directo al grano. Entonces, el orgasmo, como modo de relajación antes de dormir, puede tomarle cinco minutos. Otras a veces, el tocarse basta, sin ninguna meta de clímax, y con eso alcanza para sentirse bien.

Generar el clima

Para qué se usa la masturbación es otro tema. Algunas simplemente no pueden encenderse en situaciones estresantes; otras, en cambio, disparan su propio placer justo en los peores momentos de tensión, para aliviarla. Algunas aumentan la frecuencia de autosatisfacción cuando están enamoradas, a pesar de estar teniendo mucho sexo; otras la consideran la mejor aliada para atravesar períodos de soledad. Aunque hayas encontrado lo que funciona para vos, el menú de técnicas es amplio. ¡Servíte!

Vestida o desnuda: la exposición intensifica las sensaciones y puede hacerte fantasear de otra manera. Pero muchas veces las prendas sugerentes y su roce también ratonean.

Show o exprés: podés probar si la intensidad del orgasmo responde al tiempo de estímulo. Vos elegís si resolverlo rápido o tomarte todo el tiempo del mundo.

Boca arriba o boca abajo: la presión ejercida sobre zonas clave es diferente; además, cada posición permite liberar diversos ratones.

Con presión asimétrica: tal vez no lo sepas, pero si sos diestra, seguramente despegues al placer más rápidamente si estimulás tus labios inferiores derechos y esa parte de tu clítoris. Si sos zurda, al revés.

Con estimulación acuática: según los expertos, la ducha (por la suavidad) y el bidé (por la presión) son los aliados más comunes de las chicas que prefieren dejar esas cosas en la privacidad del baño.

Con frotes de elementos: muchas mujeres sostienen algo entre las piernas y buscan el roce externo perfecto, ya sea vestidas o desnudas.

Con consoladores: se trata de elementos rígidos con los que jugás como si fuera un pene siempre listo.

Con vibradores: según los expertos, es "la perfecta estimulación". Muchas mujeres aseguran que "del vibrador no se vuelve". ¿La razón? Las vibraciones se dan a una velocidad óptima, de 0,8 segundos. Esa es exactamente la frecuencia en que se producen las contracciones cuando tenés un orgasmo.

Modo kinky: ni te imaginás la cantidad de accesorios extraños que hay. Perlas de placer (parecidos a los collares de tu abuela, para introducir en tu cuerpo y sacar con delicadeza, ¡o no!), vibradores dobles (para estimulación vaginal y anal simultánea) y hasta pincitas para ejercer presión. Si sos de las morbosas, ponete a investigar ya.

Autor: Denise Tempote. Experto consultado: Enrique De Rosa, médico psiquiatra y sexólogo. Recuperado del diario La Nación de la ciudad de Buenos Aires, 22.10.10.