sábado, 27 de abril de 2013

Margaret Thatcher, The Iron Lady (2)


Estaba en la Bolsa de Córdoba, en la Argentina, con mi hijo Álvaro, dialogando con un grupo de empresarios y profesores sobre los problemas de América latina, cuando nos avisaron que había muerto Margaret Thatcher. Con esa vocación suicida que de tanto en tanto manifiesta, Álvaro dijo que, sin querer por ello ofender al auditorio, se sentía obligado a rendir un homenaje a la "dama de hierro", que había marcado fuertemente su juventud. Hubo un rumor reprobatorio, pero, en general, el público reaccionó con una soberbia compostura británica, si puedo decirlo así. Sólo al terminar el acto, una dama nos recordó el cruel e inútil hundimiento del Belgrano por la Royal Navy durante la Guerra de las Malvinas en 1982.
Yo también pasé casi todos los años de Margaret Thatcher en el Reino Unido y a mí también lo que ella hizo me marcó profundamente. Todavía está presente en cosas que creo y defiendo, y que me hacen decir que soy un liberal. Cuando la Dama subió al poder, Gran Bretaña se hundía en la mediocridad y en la decadencia, deriva natural del estatismo, el intervencionismo y la socialización de la vida económica y política, aunque, eso sí, guardando siempre las formas y respetando las instituciones y la libertad, una segunda naturaleza para la sociedad británica.
Ella puso en marcha un programa de reformas radicales que sacudió de pies a cabeza a ese país adormecido por un socialismo anticuado y letárgico que había desmovilizado y casi castrado a la cuna de la democracia y de la Revolución Industrial, la fuente más fecunda de la modernidad. Privatizando empresas, liberalizando a los inquilinos cautivos de las viviendas municipales y convirtiéndolos en nuevos propietarios, abriendo mercados por doquier y las fronteras del país al comercio y la inversión, obligando a las empresas a competir, privándolas de los estupefacientes subsidios, atacando el rentismo e impulsando sin tregua el accionariado difundido y el capitalismo popular, su gobierno devolvió al gigante dormido el dinamismo de sus mejores tiempos y a su país, una influencia en la esfera internacional que había perdido por completo. En los 80, la renta per cápita británica superó a la de Francia.
Por supuesto que los sacrificios fueron enormes, pero, sin los cambios que ellos significaron, el Reino Unido estaría ahora mucho peor de lo que está. Vivir en la mentira es siempre, en los órdenes político y económico, peor que afrontar la cruda verdad. Al mismo tiempo que desmontaba la maraña burocrática y el estatismo parasitario y los reemplazaba por una economía de mercado moderna, la primera ministra lanzó una vigorosa ofensiva en el campo de las ideas y los valores recordando a sus compatriotas -y a los europeos- que la cultura democrática y liberal no tenía por qué intimidarse frente al comunismo, como venía ocurriendo, sobre todo por la cobardía y el oportunismo de las elites intelectuales, pues las credenciales de los Estados totalitarios eran el fracaso económico más flagrante, la desaparición de todas las libertades y los atropellos más inicuos contra los derechos humanos.
Pocos políticos me han producido el respeto que he sentido por la gran Dama, porque pocos he conocido que, como ella, dijeran siempre lo que creían e hicieran siempre lo que decían. Creía en la libertad, en el individuo soberano, en la ética calvinista del trabajo, en el ahorro, en valores morales como sustento de las instituciones y en el escrupuloso respeto a la ley. Era hija de un modesto bodeguero de Grantham y pudo tener una educación de alto nivel únicamente gracias a su inteligencia, a su espartana disciplina y a su esfuerzo.
Uno de los más dolorosos reveses de su vida -era demasiado orgullosa para hacerlo notar- debió de ser la negativa de su Universidad, Oxford, de darle el honoris causa, como acostumbraba hacerlo con todos los gobernantes egresados de ese centro de estudios. Pero no debió sorprenderla, porque la clase intelectual siempre la odió. Ahora lo ha demostrado, yendo a escupir sobre su cadáver, celebrando la muerte de The Witch, y vomitando injurias y mentiras sobre su gestión.
La primera vez que la vi de cerca fue, precisamente, rodeada de una decena de intelectuales, en la casa del historiador Hugh Thomas. Los filósofos, escritores, dramaturgos la sometieron a lo largo de la cena a un examen severo y sutil, aunque educado. El más pugnaz fue Tom Stoppard; el más penetrante, Isaiah Berlin; el más sibilino A. Ayer. La Dama superó la prueba con honores. Se habló de Orwell y de Koestler y del Muro de Berlín, que Margaret Thatcher vería por primera vez en vivo al día siguiente, en el que viajaba a Alemania en visita oficial. Cuando ella partió, Isaiah Berlin resumió la impresión general de manera concluyente: "Nothing to be ashamed of" (¡Nada de qué avergonzarse con esta señora!).
La segunda vez que estuve con ella fue en 10 Downing Street, su despacho de primera ministra. Yo era candidato a la presidencia en Perú y le pregunté qué sería lo más importante si era elegido. Tengo muy viva su respuesta: "Rodéese de un grupo leal y resuelto; porque cuando esas reformas estén en marcha y venga la reacción enconada, las peores traiciones serán de sus partidarios antes que de sus adversarios". Sus palabras resultaron proféticas: ella no fue revocada por la oposición, sino por intrigantes como Geoffrey Howe del propio Partido Conservador, al que la Dama había hecho ganar, por primera vez en la historia, tres elecciones seguidas.
Todavía la vi dos veces más, ya fuera del gobierno. La primera, en Washington, a su regreso de Chile, donde en medio de una conferencia, había tenido un desfallecimiento. Se la veía callada y abatida; en cambio, su esposo, había contraído en el curso de esa gira un horror santo por el Nuevo Continente y despotricaba sin el menor embarazo contra "los mexicanos", en los que, me pareció, englobaba a todos los latinoamericanos sin excepción.
Pero la última vez que la vi, estaba animosa, comunicativa y risueña. Yo había acompañado a su casa a un grupo de cubanos del exilio que querían invitarla a Miami a dar una conferencia. Se tomó tres whiskies e hizo observaciones muy divertidas sobre lo que ocurría en América latina. También hizo bromas. Nos acompañó hasta la puerta y, al despedirse, de pronto levantó el puño como una muchachita revolucionaria y lanzó una consigna: "We must undermine Castro!" (¡Tenemos que socavar a Castro!).
Como en sus últimos años su desconfianza hacia la Unión Europea creció de manera indebida y su nacionalismo pareció endurecerse y como, por otra parte, defendió a Pinochet por la ayuda que la dictadura chilena prestó a Gran Bretaña durante la Guerra de las Malvinas, su imagen se empañó. No fueron los únicos errores que cometió, desde luego. Su liberalismo era contrarrestado a veces por un conservadurismo que la llevaba a contradecirse y a tomar medidas que estaban en entredicho con la apertura e internacionalización del comercio, la política y la vida que su gobierno propulsó más que nadie en esos años europeos. Pero, haciendo el balance de su gobierno, lo positivo es infinitamente más importante que lo negativo. Gracias a ella, el Partido Conservador dejó de ser aristocrático y se volvió multiclasista y meritocrático. Su mejor discípulo no fue un conservador, sino Tony Blair, cuyo partido laborista, en gran parte gracias a ella, se modernizó también, optó por la Tercera Vía y se impregnó de saludables ideas liberales. Si no hubiera sido en buena parte por ella, la dictadura militar argentina seguiría tal vez en el poder, aumentando su prontuario de crímenes. La lista de sus realizaciones y logros cubriría muchas páginas.
Cuando dejó el poder, víctima de aquella mala conspiración interna, le envié un ramo de rosas rojas y una tarjeta. Ahora, aquí, medio, extraviado entre los nevados de la Cordillera y los viñedos de Mendoza, no puedo hacerle llegar unas flores, sólo estas apresuradas líneas de admiración y gratitud.

[Nota recuperada del matutino LA NACIÓN, Buenos Aires, Argentina, lunes, 22.04.13]

jueves, 25 de abril de 2013

LA ESPIRITUALIDAD EN ESTADO ORIGINAL

Por Telésforo

La policía del norte de India anunció el miércoles la detención de un hombre de 47 años acusado de vender a su nieto recién nacido a un empresario por Facebook.
Feroz Khan, residente de la ciudad de Ludhiana, en el norteño estado de Punjab -300 kms de de Nueva Delhi- secuestró a su nieto recién nacido a principios de mes.
Khan contó con la ayuda de dos empleados temporales en el hospital local donde dio a luz su hija; contactó al comprador en Facebook con el que arregló el pago de 45.000 rupias (830 dólares)."Las tres personas que participaron en la venta del bebé fueron detenidas y vamos a interrogar al empresario que pagó el dinero para comprar al bebé", dijo el oficial de policía Satish Malhotra en Ludhiana.
La policía recuperó al bebé y se lo devolvió a su madre, Noori Khan, que había presentado una denuncia contra su padre.Los tres acusados, sobre los que pesan cargos de secuestro, comparecerán ante la justicia. Si son declarados culpables, podrían ser condenados a siete años de cárcel.
En 2011, la policía federal reconoció que en India operan 815 bandas con más de 5.000 miembros, implicadas en secuestros de menores, prostitución y mendicidad en todo el país.

[Saludo a mi amigo Héctor T que volvió iluminado y transformado de su viaje por India]

sábado, 20 de abril de 2013

TRABAJAR EN EL BARRO

Perdón por abrazarme a Byron: "La consecuencia de no pertenecer a ningún partido significará que los molestaré a todos". Y una cosa más: el lector sensible, aquel que crea que la política es el arte de los discursos altruistas y las buenas conciencias, tiene la oportunidad ahora mismo de abandonar esta página plebeya y pragmática, y seguir con las confortables monsergas al uso. Lo que se propone este cronista no será perdonado por muchos lectores, y lo sabe, pero no puede resistirse a pensar en voz alta y sin filtros sobre este asunto tan serio que damos en llamar "la política". Ahí vamos: la nominación del papa argentino, acontecimiento fundante si los hay, fue el test perfecto para calibrar el comportamiento y la pericia de las fuerzas locales en pugna. Y el resultado fue notorio: el kirchnerismo tuvo reflejos , velocidad, cinismo, fortaleza y contundencia, logró girar en el aire dejando un desparramo a su alrededor y consiguió apoderarse impúdicamente de Jorge Bergoglio, su enconado crítico, con el simple método de abrazarlo por la cintura. Gracias a su instinto salvaje, acaso con un cierto fuego sagrado que se tiene o no se tiene en política y en cualquier otra disciplina, logró que las diferencias quedaran de pronto borradas. Quince días después, casi ningún sector popular cree que el papa Francisco y la presidenta Cristina Kirchner sean realmente enemigos.
La oposición, que está plagada de almas bellas y verbales, tiene varios dirigentes que muy bien podrían postularse como los representantes nacionales de "la ideología Francisco". Todos ellos se quedaron con la boca abierta viendo cómo la dama de negro viraba, les quitaba protagonismo y ocupaba una vez más el centro de la escena. Mauricio Macri debió ser rescatado de la multitud anónima por un allegado del Papa para lograr una mera foto de cabotaje. Los demás dirigentes vernáculos que frecuentaban a Bergoglio y bebían de sus consejos, se quedaron en Buenos Aires a mirar el espectáculo por televisión. Ni se les ocurrió hacer el esfuerzo de abrirse paso a los codazos en la Plaza San Pedro para ganar la tapa de las revistas y de los diarios del mundo. Eso les parece marketing repugnante, oportunismo inconducente, demagogia sacrílega y otros apelativos igualmente morales con los que arroparse para seguir durmiendo la siesta.
Esa gente, que suele ser honesta e incluso a veces hasta inteligente, cree que hacer política es ser columnista radial o panelista del cable. Sólo el kirchnerismo, con su monstruosa voluntad de poder, dio un paso al frente y produjo hechos políticos de gran contundencia. Decía un viejo zorro del radicalismo: hay dos clases de hombres en la política, los que la comentan y los que la hacen. La oposición está llena de comentaristas que dan muy bien en cámara.
Resulta muy decepcionante para los que de verdad creemos en la necesidad de un bipartidismo que no exista un verdadero deseo irrefrenable por tomar el comando de este país. Sin ese deseo animal, no puede haber tampoco un proyecto que enamore ni un líder que lo encarne y lo explique. Lo que quedan son aspirantes a Capriles grises, o amantes de las minorías, que se indignan por todo y que en su fuero íntimo piensan que son demasiado buenos y honestos para ser elegidos por una sociedad tan corrupta y equivocada.
Al Papa lo entregaron. No fueron capaces siquiera de disputarlo un poco. Se trataba de una valla baja para el antikirchnerismo, tenía todo a favor, y aun así no logró saltarla. Algunos opositores parecen novios castos: los canallas suelen birlarles a las chicas lindas.
Hay un segundo test por delante y tiene la forma de una pregunta maldita. ¿Qué es el peronismo? Parece una interrogación básica, y de hecho hay mucha bibliografía para contestarla. Sin embargo, este asunto nunca fue debidamente resuelto por el antiperonismo, y hoy interpela como nunca a la dirigencia que aspira a derrotar en las urnas al gran partido del poder. Aquella respuesta galvanizante necesita ser repensada una vez más y de manera crucial, dado que ese movimiento nacional que practica el populismo, esa oligarquía estatal de ideologías a la carta, ha reemplazado prácticamente a todo el sistema político. Propone tácitamente un bipartidismo trucho (la interna abierta de dos o hasta tres neoperonismos) y muestra simbólicamente un triunfo cultural e histórico: ahora resulta que hasta el Papa es peronista.
Ser peronista ya no es ser nacionalista, ni neoliberal, ni desarrollista, ni guevarista ni socialdemócrata. Todos estos uniformes ideológicos sirvieron para diferentes momentos y requerimientos de la historia. Voy a arriesgar mi propia respuesta. Es sencilla, y a la vez muy compleja: ser peronista, en realidad, es hacer política con los de abajo. El peronismo se ocupa de hacer política en las clases trabajadoras, en el proletariado (dicho en términos marxistas), entre los humildes y los marginales, y no hay en esto una valoración necesariamente positiva en cuanto a sus propósitos: está visto que muchas veces sus gobiernos han actuado para crear una clientela y mantenerla hundida en la pobreza como voto cautivo y funcional. Ser peronista, a estas alturas del travestismo, sólo es operar en las zonas populares de la sociedad, allí donde únicamente la Iglesia Católica, junto con algunas evangélicas, actúa y crea conciencia. Salvo las honrosas excepciones del macrismo, que se ha metido hasta el cuello en las villas porteñas, y algunos radicales de gestión o feudo provincial, la mayoría de las fuerzas de la oposición se contentó siempre con integrar partidos de clase media. Sin inserción territorial. Y el territorio es muy grande: hay por lo menos 20 millones de pobres en este país. Con sólo posar sus ojos sobre esa sociedad postergada y mejorarle mínimamente la calidad de vida, Hugo Chávez les gana a todos sus enemigos como el Cid Campeador: muerto y con la cabeza en alto. La tradición peronista de los sectores bajos se debe a la memoria del agradecimiento del primer Estado de bienestar de los años 40, abonada por el contacto sistemático del peronismo de todos los pelajes a lo largo de seis décadas. El clientelismo me resulta abominable y creo que no debería imitarse, pero no es la única herramienta política para cautivar a las clases sumergidas. Y si no me creen, pregunten a los intelectuales del Partido de los Trabajadores de Brasil.
En algunas ocasiones, los radicales lograron que esos sectores los votaran. Pero nunca supieron, quisieron o pudieron retener esa esperanza, insertarse en esas calles y ganar definitivamente esos corazones. Como lo hicieron Perón y Evita, y en cierta medida el "partido" de Jorge Bergoglio. Los opositores deberían pensar seriamente en este hecho decisivo: no se puede ser una opción real del poder sin trabajar de manera sistemática en el barro.
Tampoco se puede ganar el premio mayor sin crear una nueva épica y construir un nuevo relato. El kirchnerismo ha abusado del montaje, pero la creación de una forma propia de relatar el presente y el pasado ha tenido gran eficiencia. Es inviable producir ilusiones sin presentarse como parte de un linaje histórico, así como es ingenuo, en nombre de la concordia, no crear figuras a denunciar y a derrotar para que el futuro sea mejor. Sin un linaje ni una narración vibrante y dura, sin un perfume a epopeya, el votante actúa por default técnico: Macri es los 90, el radicalismo es la Alianza, Binner es un santafecino y Carrió es la virgen testimonial. Un líder opositor debería tener un alegato tan alejado del Gobierno como de los medios. Un alegato original, que cambie el eje de discusión y que suene a nuevo. Un discurso sincero, lejos de la impostura, pero lo suficientemente efectista como para comunicar con rapidez y sin remilgos una idea, una verdad.
Como los viejos colonos escondidos detrás de las carretas y acosados por los sioux, algunos opositores parecen únicamente esperar la llegada salvadora del Séptimo de Caballería, que sería un fracaso económico. Es cierto que este modelo parece tener el tanque perforado, y resulta ciertamente probable que al final se descubra que como Alfonsín y Menem, los Kirchner fueron negligentes con la economía, nos hicieron vivir por encima de nuestras posibilidades y nos condujeron dulcemente a la bancarrota. Tal vez un líder opositor pueda apelar a la idea de terminar por fin con treinta años de descalabros y pueda prometer algo modesto pero deslumbrante: construir por primera vez un país serio, imitando a Chile, a Brasil e incluso a Uruguay. El discurso inaugural de Pepe Mujica hablaba de eso; el primer kirchnerismo apostaba a "un país normal" quizá sin imaginar que nos conduciría a este manicomio financiero.
La oposición, sin embargo, no debería esperar que esta crisis se precipitara. Primero de todo, porque sería como desearnos el mal a nosotros mismos y sobre todo a los sectores más indefensos. Y en segundo lugar, porque el kirchnerismo ha sabido capear tempestades y levantarse de amargas derrotas que parecían terminales. Eso es lo que más rescato de la fuerza gobernante: su pasión por prevalecer. Esa misma pasión se necesita para llegar a la Casa Rosada, probar una alternancia y realizar una experiencia sanadora. No veo esa turbia pero imprescindible pasión en nadie más.
[Texto recuperado del diario La Nación (matutino de Buenos Aires, Argentina) 05.04.13]

sábado, 13 de abril de 2013

Margaret Thatcher, The Iron Lady (1)


La muerte de Margaret Thatcher me recuerda una anécdota que se enseñaba a los escolares británicos. En una cierta batalla entre ingleses y franceses, el jefe inglés se dirigió cortésmente a sus enemigos diciendo: "Señores los franceses: tirad primero". Según otra versión, más realista, en realidad arengó a su propia tropa diciendo: "¡Señores! ¡Los franceses! Tirad primero". Lo primero alude a un cierto fair play caballeresco, como en un partido de rugby. Lo segundo parece más adecuado a la guerra real.
En rigor, la órbita de Margaret Thatcher se cruzó una única vez con la de la Argentina: en ocasión de la Guerra de Malvinas, y más precisamente, cuando ordenó el hundimiento del crucero General Belgrano. De eso se ha hablado en estos días, recordando los centenares de muertos, víctimas inocentes de la sanguinaria dama.
En 1982, la Guerra de Malvinas despertó nuestro enano nacionalista. La soberbia y la paranoia se expresaron de la manera peor y más grotesca. Nuestros derechos sobre las islas Malvinas nos autorizaban a "recuperarlas" por la fuerza: invadir sorpresivamente las islas, plantar la bandera, cambiar de mano las calles; tal el entremés del festín que nuestros militares de entonces preparaban. El 2 de abril el general Galtieri habló desde el balcón de Perón, alzó los brazos como Perón y hasta hizo la V de la victoria, ante una plaza colmada y aclamante. La receta nacionalista funcionaba.
Luego vino la soberbia desmesurada. Cuando Gran Bretaña consideró, razonable y previsiblemente, que la acción argentina era un acto de guerra, nuestros dirigentes militares y la mayoría de los argentinos se convencieron de que la ganaríamos. Tanto, que dejaron pasar varias ofertas de negociación que, en la situación actual, nos parecerían magníficas. Pero luego del balcón y de la plaza, era todo o nada.
Fue nada. Gran Bretaña, comandada por la señora Thatcher, se tomó la guerra en serio, organizó su flota, viajó, llegó y venció. Allí comenzó la fase paranoica. Los ingleses ganaban con trampas; no respetaban el fair play. Mandaron salvajes gurkas para combatir a gente civilizada como nosotros. Sus soldados tenían unos anteojos que les permitían mirar en la oscuridad. Quizá nos preguntamos por qué el árbitro no les sacaba una tarjeta amarilla. Con el crucero General Belgrano pensamos que nos correspondía un penal. Lo hundieron, pese a que no estaba participando en la batalla; para peor, con un submarino nuclear, sabiendo que nosotros no lo teníamos.
Tres décadas después se sigue repitiendo el argumento de que el crucero no era un blanco de guerra legítimo. Sin embargo, nuestros almirantes han reconocido lo evidente: el buque estaba en operaciones. Era viejo e inadecuado. No bastaba con retirarlo un poco de la línea: si preocupaba el riesgo de la nave y de sus tripulantes, debieron dejarlo en puerto. No lo hicieron porque, en realidad, estaba operando. O al menos, es razonable que el mando enemigo así lo pensara y en la duda dijera: "Tirad primero". Así es la guerra. Margaret Thatcher hizo lo que la mayoría de los responsables de una guerra habría hecho. Ni más ni menos.
Nuestro nacionalismo paranoico encuentra siempre culpables ajenos para explicar nuestros fracasos o errores. Pero los muertos del General Belgrano deben ponerse en la cuenta de los jefes militares irresponsables. También en la cuenta de los argentinos irresponsables que los alentaron. No tengo una opinión muy fundada sobre la anciana dama que acaba de morir. Más bien, no me gustaba. Pero sé que de ese pecado está exenta.
[Texto recuperado del matutino de la ciudad de Buenos Aires (Argentina) La Nación, Miércoles 10.04.13]

[Margaret Thatcher (de soltera, Roberts); nació en Grantham, 13 de octubre de 1925; murió en Londres, 8 de abril de 2013. Política británica que ejerció como primer ministro del Reino Unido desde 1979 a 1990, siendo la persona que en ese cargo se desempeñó por mayor tiempo, durante el siglo 20 y la única mujer que ha ocupado ese puesto en su país.

Los obreros del puerto londinenses la amaban. Para ellos era “Tatcha”. Así, con “a” final. Quizá pase a la historia por haber derrotado a dos de las más SANGUINARIAS DICTADURAS del siglo 20:

a)  la dictadura comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que durante 70 años asesinó, torturó y violó a miles y miles de seres humanos y,

b)  la dictadura militar de la República Argentina (1976-1983) que en 7 años torturó, asesinó y robó a miles de mujeres y varones por desidia, placer o rencor.

Ni Margaret Tatcher ni sus hijos, Carol y Mark, querían un funeral de Estado, por considerarlo “inapropiado” y “un desperdicio de dinero”. La “Tatcha” era hija de un almacenero.] Notas del Editor

sábado, 6 de abril de 2013

EL TUERTO, EL GUERRILLERO Y LA TERCA


Por Telésforo

telesforoagarre@gmail.com

Trevor Burns, de 50 años, fue galardonado con la Estrella del Valor por actos de valentía en circunstancias de gran peligro al forcejear con el tiburón y rescatar a la víctima, la señorita Elyse Frankcom (de 19 años), en las costas frente al pueblo de Rockingham, en 2010.
El único premio australiano al valor civil más destacado es la Cruz del Valor.
La señorita Elyse Frankcom era una guía que mostraba delfines a una docena de turistas que estaban buceando, dentro de los cuales estaba Burns, cuando el tiburón le clavó los dientes en los muslos. Burns dijo que la muchacha estaba muy cerca de él, pero no podía verla por la profusión de sangre.
"Sólo quise que la dejara", recordó hoy el hombre, que se dedica a la asesoría de tecnología informática. "Supe que estaba en dificultades y que necesitaba ayuda", agregó.
Burns dijo que se aferró a la cola del tiburón durante varios segundos pese a los sacudones violentos del animal hasta que este dejó a la muchacha y se alejó.
La señorita Elyse Frankcom se estaba hundiendo hasta que Burns nadó hasta donde estaba la muchacha y la subió al bote de buceo, mientras otros turistas habían huido del lugar, nadando.
La mujer fue operada y recibió más de 200 puntos en las heridas de las piernas y ya está casi repuesta.
Burns, que vive en la ciudad de Brisbane y estaba de vacaciones con su esposa e hijos cuando ocurrió el incidente, dijo no estar seguro de poder repetir su acto heroico. "Me gustaría pensar que lo haría. Tengo una confianza razonable en que sería así", afirmó.
"Pero depende del momento; es una decisión que se presenta y uno lo hace o no", agregó.
Si bien ciento cincuenta y una personas recibieron premios a la valentía en la jornada de hoy, Burns ganó la única Estrella del Valor en el sistema de cuatro niveles y nadie obtuvo el máximo galardón
[¡Ah!, ninguno de ellos recibiría un premio al valor.]

miércoles, 3 de abril de 2013

Sat-Chit- Ananda


Por Elétor
hectorco@infovia.com.ar
(“Meditación: despertar el sentido para lo inútil”. Martín Heidegger)
En verdad somos proyectos. Por eso no concibo una vida asentada sobre el aburrimiento. El aburrimiento puede ser un camino transitorio para que vayamos descubriendo que la vida hay que vivirla. Sin ponerle algo de imaginación, un poco de pasión y energía a los sueños, en verdad, la vida no merece ser vivida. Por eso cuando me refiero a la meditación y alcanzar estados espirituales superiores no me estoy refiriendo a matar los sentidos ni tampoco a los placeres sino ubicarlos dentro de un contexto de unidad. Es verdad que nuestra educación fue y es fragmentaria. Nos concebimos como individuos totalmente cerrados y desconectados del todo. ¡No hablemos de nuestra subjetividad! Esa fragmentación o estado de alteración neurótica como dicen los psicoanalistas nos condicionan para percibir el sentido total y único que abarca a toda la existencia. Por eso tal vez debamos apelar (no se cómo llamarlas) a ¿técnicas?, ¿doctrinas? transformativas. Estamos inmerso en un mundo mediático de informaciones, estímulos de toda clase pero como algo separado de nosotros o como si todo ello le sucediera a otros o nos captamos  como meros muñecos manipulados desde un centro invisible e ingobernable. ¿Acaso, eso no es sin embargo la alienación más flagrante que nos pueda dominar?
Vivir alienados es abrir las puertas a un estado permanente de infelicidad.
En fin creo que hay que recuperar la unidad y empezar a trabajar para concretar aquellos deseos que son posibles de realizar y que de alguna manera gratificaran nuestro ego. Pero también hay que tener en cuenta que no todo termina allí. Siempre hay un poco más en nuestro estado de incompletitud y que es una categoría de la cual solamente podremos escapar cuando vislumbremos en nosotros y más allá de nosotros ese estado de conciencia pura y de unidad  que nos lleva al estado de Ananda.
Trabajar para trasvasarnos y captar el estado de conciencia: SAT -Chit- Ananda como decían nuestros hermanos hindúes y de otra manera nuestros místicos cristianos.
En fin, lo dicho debe ser tomado como un punto de vista y no como un proyecto de divulgación ideológica.  Lejos de mi, estar  queriendo convencer a alguien de lo que es pura experiencia.  Cada uno hace su experiencia. Siempre la experiencia es personal y punto.