martes, 4 de mayo de 2010

¡Pronto, una maestra!


¿Cómo eludir, y también socavar, la determinación genérica que el lenguaje

impone –no solamente sobre los sujetos y sus posibilidades de encontrarse

en la lengua, sino también sobre nuestro modo de pensar y nombrar el

mundo? Una de las estrategias posibles es la que hemos puesto en juego en

la escritura de esta memoria, a través del uso del asterisco (*).

Hemos recurrido a esta estrategia textual en tres situaciones puntuales: en

la formación de plurales generalizados, al nombrar a un sujeto cuya identidad

de género se ignora y sobre quién no queremos imponer una asignación de

género determinada a priori, y al nombrar a un sujeto que no se identifica en

una de las dos opciones que prevé el binario masculino-femenino.

Escogimos el asterisco por varias razones. La arroba (@) suele leerse como

“masculino y femenino”. La letra x, también utilizada con este propósito,

podría ser confundida con la asignación de sexo intersex, tal y como ha

sido utilizada en algunos lugares. El asterisco, en cambio, nos gusta por

su representación gráfica, su pender casi colgado sobre la frase, como una

estrella sobre el horizonte o un punto de fuga hacia alguna parte.

Por supuesto, el asterisco no puede pronunciarse –y esto también nos gusta,

en tanto permite expresar, al hacer trastabillar la lengua, el status de aquell*s

a quienes el género ignora.



Solicitemos al monarco Juan Carlos de España que nos envíe una maestra para que nos enseñe a distinguir entre significante, significado y referente.


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