sábado, 7 de agosto de 2010

¿COSAS DE LOCO?




Conversar con uno mismo tiene muchas ventajas, según afirman especialistas en salud mental. Es un desahogo y rebaja la tensión emocional. Poner palabras a los sentimientos, con público o sin él, ayuda a sacarlos de la cabeza.

Es raro que alguna persona reconozca que mantiene encendidos diálogos con el espejo del baño o que consigue resolver importantes cuestiones después de explicarse a sí mismo en voz alta una y otra vez el asunto en cuestión.

Socialmente no está aceptado hablar solo. Todavía se asocia con algunos trastornos mentales como la esquizofrenia; patologías en las que los enfermos oyen voces en su cabeza y entablan hipotéticos diálogos con ellas.

Los psiquiatras dicen que "hablar con amigos, con una planta, con un gato o con uno mismo es uno de los factores que ayudan a superar una situación de crisis".

(La historia del “loco Bielsa” es un ejemplo: hablaba con un árbol frutal.)

Según estadísticas, el 70% de quienes aceptan hablar en soledad son mujeres.

"¿Es que los hombres no hablan solos?"; es una pregunta.

La razón más frecuente que aducen quienes hablan solos es: "Soy la única persona que me entiendo perfectamente a mí misma".

Los especialistas afirman: "Es bueno personalizar a los animales y a las plantas, los efectos son similares a comunicarse con un ser humano". Para la psiquiatría, la gran ventaja de hablar es poner palabras a los sentimientos, sacarlos de la cabeza, hacer una versión de los hechos y contar una historia.

Los sentimientos que no tienen palabras se acumulan en la memoria emocional. Por ejemplo, las imágenes y los olores de una situación de terror se quedan en la memoria emocional y sólo convirtiéndolas en palabras pasan a la memoria verbal. Lo más sano es pasar lo que se acumula de la memoria emocional a la verbal.

Hablar solo tampoco es un síntoma de soledad o de no tener amigos. Para mucha gente es una manera de organizar o aclarar las ideas. Cuanta más extravertida es la personalidad, los diálogos internos, en voz alta son más frecuentes.

De niños o de adultos, todos tenemos soliloquios. Se estima que estas reflexiones en voz alta sin interlocutor suponen entre el 20 y el 60% de los comentarios que hacen los niños entre los cuatro y los diez años.

Cuando nos hacemos mayores, seguimos contándonos una receta mientras cocinamos, repetimos un número de teléfono para memorizarlo o nos animamos frente al espejo con esa conversación que tenemos que tener de una vez por todas con el ex.

(Recuperado del diario “La Nación” de la ciudad de Buenos Aires, 31 de julio de 2010)



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