Por Gina Montaner (ELMUNDO.ES)
Resulta imposible hablar de Néstor Kirchner sin mencionar a su esposa y viceversa. Su relación ha sido un tándem de amor y ambición.
El ex presidente argentino Néstor Kirchner ha muerto de manera fulminante. Su corazón no pudo más y en el paisaje majestuoso de El Calafate, refugio y bastión del matrimonio Kirchner, falleció (a pesar de su mala salud) de manera inesperada.
A sus 60 años todavía aspiraba a gobernar de nuevo y relevar en la presidencia a su esposa, Cristina Fernández.
Resulta imposible hablar de Néstor Kirchner sin mencionar a su esposa y viceversa. Su relación ha sido un tándem donde el amor y la ambición iban “amarraditos los dos”.
Peronistas rabiosos y del ala más izquierdista del Partido Justicialista, los Kirchner conformaban un revival de Juan Domingo y Evita Perón con sus
arengas inflamadas y sus medidas estatistas. Una vocación autoritaria que se ha reflejado en el acoso de los medios de prensa críticos, los “aprietes” y la violación descarada a elementales normas republicanas.
Con su muerte Kirchner se ha llevado a la tumba la mitad de los secretos de una pareja que en su trayectoria política se hizo inmensamente rica a la sombra de una corrupción rampante y tráfico de influencias.
No es casualidad el revuelo que en 2009 provocó en Argentina una columna del flamante Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa, titulada, con sorna, “Flor de Pareja”. En su artículo el autor peruano, defensor de las ideas liberales que tanto denostaba Kirchner, señalaba la ironía de un matrimonio empeñado en lanzar una cruzada contra los males del capitalismo mientras se enriquecía impune y descaradamente a costa de los contribuyentes.
Es preciso recordar las cifras para no perder la perspectiva en este momento de duelo y debido respeto: en el 2003 los Kirchner declararon a Hacienda un patrimonio de 1.200.000 euros. Cuatro años después, al final del mandato de Kirchner y con la entrada de su mujer a la Casa Rosada, su fortuna había ascendido a 3.200.000 euros. En 2005, estos Bonnie & Clyde de la
política se hicieron con terrenos millonarios en El Calafate y una mansión más propia de la realeza árabe que de un par de funcionarios públicos de una república.
Entre otras cosas, Néstor Kirchner se ha muerto sin revelar el enigma de los casi 1.200 millones de dólares que se esfumaron cuando era gobernador de la provincia de Santa Cruz y por los que nunca rindió cuentas. No sólo nunca explicó dónde estaba esa fabulosa suma sustraída en un único acto, sino que expulsó de su cargo judicial a un funcionario probo que osó investigar “el camino” seguido por el dinero sustraído.
Inexplicablemente, todavía hoy el peronismo provoca una suerte de histeria colectiva entre muchos argentinos, que es digna de un prolongado psicoanálisis para comprender la psiquis de una nación tan secuestrada por la demagogia populista. Tanto es así que, a pesar del enriquecimiento ilícito y los abusos de poder bajo el kirchnerismo, Néstor Kirchner salió de la presidencia en 2007 con un 60 % de apoyo y con su mujer en la antesala de una sucesión que ha sido más de lo mismo: clientelismo político; tráfico de maletas repletas de millones para la financiación de campañas, cortesía de la revolución bolivariana; la guerra declarada a diarios independientes como El Clarín y La Nación; y una peligrosa debilidad por amigos revoltosos como Chávez, los hermanos Castro o Correa en Ecuador.
Néstor Kirchner fue un político hábil que desaprovechó la ocasión de servir a su país con transparencia y espíritu desinteresado. Tanto él como Cristina Fernández han vivido bajo el peligroso síndrome de Evita y Perón. Lamentablemente, la historia se repite.