Por Pablo Soler
Aún no sé qué me enojó más.
No sé si fue el que se desgarrara las vestiduras por el 30 % de “aumento” salarial que solicitan los docentes (que no es realmente un aumento sino un intento de compensar la depreciación de su salario, producto de una inflación descontrolada del que el gobierno de la presidenta es responsable) en un recinto en el que hacía pocos días los legisladores se aumentaban la dieta en más de un 100 %.
No sé si fue el maquiavelismo de dividir las luchas de los trabajadores para reinar, oponiendo la realidad docente con la de los operarios de las fábricas. Ambos trabajadores, como la presidenta no desconoce, solamente tienen su fuerza de trabajo para protestar pues no tienen otro capital.
No sé si el apelar al mejoramiento salarial del sector desde el 2003 a la fecha, cuándo se sabe que prácticamente no hubo aumento en relación a lo percibido en dólares.
No sé si fue el apelar a una supuesta estabilidad laboral (en este país del trabajo en negro) de la que tampoco disfrutan todos los maestros, pero que de seguro debería ser un derecho de todos los trabajadores más que un privilegio de algunos. Eso también es tarea del poder ejecutivo. Como también lo es el asegurar los medios para que las fábricas que dan trabajo no cierren.
No sé si fue el dejá-vu que debe haber sentido todo docente de tener en frente a una madre que arenga a sus hijos por el descontrol, sin tomar consciencia de la cuota de responsabilidad que le cabe en el asunto. Apela así al primitivo mecanismo de defensa de la proyección (según Melanie Klein típico del estadío esquizo-paranoide) en el que el mundo se divide maniqueamente en buenos y malos y todo objeto es malo y lo es porque persigue, está en mi contra o sólo quiere mi mal. (Algo deben estar tramando los docentes porque no se conforman con lo que se les ofrece). O apela también al yo del alma bella lacaniana, que proyecta su propio desorden sobre el mundo.
No sé si fue el intento de criminalización de las licencias que se toman los docentes y por el que seguramente abrirá en breve un frente de persecución.
No sé si fue el guiño oportunista a cierto imaginario colectivo que desconociendo por completo la realidad usa las escuelas de guardería y se enfada porque no puede aceptar la impotencia de no saber qué hacer con sus hijos cuándo no tienen clases.
No sé si fue el autoritarismo terrorista como método de gobierno, que busca demonizar a todo aquél que no acuerde un 100 % con TODO lo que se propone. O la ingenuidad del desconocimiento de la realidad docente al que se pretenderá apelar para justificarla y que se basa en estadísticas yrigoyenezcas que preparan sus allegados para armar este país de maravillas en el que pretende vivir.
No sé si fue la falacia de las cuatro horas diarias que oculta todo el trabajo que se lleva a cabo en casa: la preparación de las clases, del material, la corrección de pruebas, carpetas, etc. Que también oculta las corridas para llegar de una escuela a otra, porque con un solo sueldo no alcanza para satisfacer las necesidades básicas para una familia tipo.
No sé si la falacia de los tres meses de vacaciones, que además de no ser ciertos deberían promoverse para la totalidad de los trabajadores.
No sé si fue el apelar a las notebooks para todos como ejemplo de interés en el tema, cuando la mayoría de las escuelas no cuentan con insumos tan básicos como electricidad, tizas, borradores, bancos, pupitres, techos que no se lluevan, pelotas, instrumentos de música, etc.
No sé si el pavonearse en tener las cuestiones de género como prioridad cuando la mayoría de los docentes a los que se les pretende negar un aumento mayor son mujeres, muchas de ellas únicas sostén del hogar. Yo he visto con mis propios ojos a muchas docentes haciendo dedo para ahorrar en pasajes.
No sé. Pero como no sé, me gustaría que hubiera algún docente que me lo enseñe.
No soy un opositor al modelo. Pero tampoco soy un aplaudidor obsecuente.
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