Por Elétor
hectorco@infovia.com.ar
Despertó en la playa. Ladeó la cabeza de un lado al otro y se
encontró solo. El murmullo de las olas llegó a sus oídos y sus ojos miraron la
lejanía contemplando el vacío del horizonte. En un instante, tuvo el acertado
sentimiento de que había sido abandonado y la experiencia súbita de la soledad
absoluta ante la pérdida de su entorno tan
familiar hasta ese momento. El
amo de siempre que había jugueteado con
él innumerables veces y que tantos mimos le había ofrecido ya no estaba a su
lado; se había ido quien sabe adónde para no retornar a buscarlo. Esa sensación
de desconcierto duró algunos minutos y aunque no estaba en su naturaleza el contabilizar el tiempo sino
solamente merodear por el espacio,
experimentó de repente que de un
lugar apacible y placentero, el paisaje se le tornó arisco y muy lejos de ser hospitalario y un sitio poco favorable donde arraigarse. Se levantó miró hacia todos lados
y comenzó la ardua tarea de caminar lentamente por una de las calles centrales
de la ciudad que para él era solamente
un sendero más y que no tenía un nombre, ni número, y que esa caminata tampoco
significaba ahora un paseo como cuando salía a correr con su amo y evocaba el sonido con que lo
llamaba , que aparentemente en el lenguaje humano significaba algo, pero que
para él no era nada más que un eco que correspondía con gestos de alegría y de
obediencia en los espectaculares saltos
que realizaba alrededor de piernas conocidas y de una mano que sujetaba una
correa que terminaba con algo así como un collar arrollado a su pescuezo.
Siguió caminando, observando cada cosa que se
interponía en su camino. De pronto se dio cuenta que tenía hambre y sed. ¡Qué
fácil resultaba antes el tener esas sensaciones y lo rápido con qué le
suministraban esos elementos cuando los
necesitaba! ¿Cómo haría ahora? Miró a su alrededor y vio un charco con
agua. Al principio dudó pero la sed era
muy grande, así que se precipitó rápidamente en el charco, que a él le pareció
un oasis y sorbió esa estancada agua con
ganas una y otra vez hasta saciar la sequedad áspera de su garganta. También y
un poco más adelante vio un bulto tirado
en la calle, lo rompió y con sorpresa
comprobó que había comida que alguien
había escondido en esa bolsa. Engulló con rapidez esos restos hasta terminarlos.
Los humanos dicen que sólo ellos son capaces de rumiar cosas en su cerebro pero
él evidentemente rompía con esa regla.
Se le ocurrió cavilar que aquello que le ocurría ¿no
sería acaso el precio que había que pagar por no contar con un dueño que le
proporcionara el alimento y cierta protección, a cambio de soportar los cambios
de humor y sus quejas y a veces
hasta sufrir algún castigo, cuando algo que hacía no estaba dentro de sus planes? Se
sintió anímicamente un poco mejor y se alegró de poder ir libremente por donde
quisiera sin que lo condicionaran con el collar y le indicaran con golpes de
soga el camino a seguir. También sospechó
que surgirían inconvenientes y nuevos peligros y que el mundo que se
abría ante sus ojos no era un lecho de rosas, pero experimentar que solamente
era un ser libre y sin ataduras, era eso
lo que ahora importaba.
En ese súbito despertar lo embargó una inmensa alegría
y husmeando ávidamente el sendero, se alejó calle abajo hacia otro destino para
él desconocido.
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