sábado, 11 de mayo de 2013

DESPERTAR

Por Elétor
hectorco@infovia.com.ar
Despertó en la playa. Ladeó la cabeza de un lado al otro y se encontró solo. El murmullo de las olas llegó a sus oídos y sus ojos miraron la lejanía contemplando el vacío del horizonte. En un instante, tuvo el acertado sentimiento de que había sido abandonado y la experiencia súbita de la soledad absoluta ante la pérdida de su entorno tan  familiar  hasta ese momento. El amo de siempre que  había jugueteado con él innumerables veces y que tantos mimos le había ofrecido ya no estaba a su lado; se había ido quien sabe adónde para no retornar a buscarlo. Esa sensación de desconcierto duró algunos minutos y aunque no estaba en  su naturaleza el contabilizar el tiempo sino solamente merodear por el espacio,  experimentó  de repente que de un lugar apacible y placentero, el paisaje se le tornó arisco y  muy lejos de ser hospitalario  y un sitio poco favorable donde  arraigarse. Se levantó miró hacia todos lados y comenzó la ardua tarea de caminar lentamente por una de las calles centrales de la ciudad  que para él era solamente un sendero más y que no tenía un nombre, ni número, y que esa caminata tampoco significaba ahora un paseo como cuando salía a correr  con su amo y evocaba el sonido con que lo llamaba , que aparentemente en el lenguaje humano significaba algo, pero que para él no era nada más que  un eco  que correspondía con gestos de alegría y de obediencia en los espectaculares  saltos que realizaba alrededor de piernas conocidas y de una mano que sujetaba una correa que terminaba con algo así como un collar arrollado a su pescuezo.
Siguió caminando, observando cada cosa que se interponía en su camino. De pronto se dio cuenta que tenía hambre y sed. ¡Qué fácil resultaba antes el tener esas sensaciones y lo rápido con qué le suministraban  esos elementos cuando los necesitaba! ¿Cómo haría ahora? Miró a su alrededor y vio un charco con agua.  Al principio dudó pero la sed era muy grande, así que se precipitó rápidamente en el charco, que a él le pareció un oasis y sorbió esa estancada agua  con ganas una y otra vez hasta saciar la sequedad áspera de su garganta. También y un poco más adelante  vio un bulto tirado en  la calle, lo rompió y con sorpresa comprobó  que había comida que alguien había escondido en esa bolsa. Engulló con rapidez esos restos hasta terminarlos. Los humanos dicen que sólo ellos son capaces de rumiar cosas en su cerebro pero él evidentemente rompía con esa regla.
Se le ocurrió cavilar que aquello que le ocurría ¿no sería acaso el precio que había que pagar por no contar con un dueño que le proporcionara el alimento y cierta protección, a cambio de soportar los cambios de humor y  sus quejas y a veces hasta  sufrir algún  castigo, cuando algo que  hacía no estaba dentro de sus planes? Se sintió anímicamente un poco mejor y se alegró de poder ir libremente por donde quisiera sin que lo condicionaran con el collar y le indicaran con golpes de soga el camino a seguir. También sospechó  que surgirían inconvenientes y nuevos peligros y que el mundo que se abría ante sus ojos no era un lecho de rosas, pero experimentar que solamente era un ser libre y sin ataduras,  era eso lo que ahora importaba.
En ese súbito despertar lo embargó una inmensa alegría y husmeando ávidamente el sendero, se alejó calle abajo hacia otro destino para él desconocido.

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