Por Elétor
hectorco@infovia.com.ar
¡Serenidad!
Es lo que necesito en estos momentos. No tengo noción del tiempo, ni recuerdos
firmes de lo que pasó. Sólo el grito entrecortado ¡fuego en la sala de
máquinas! Fueron la voz de alarma de que algo grave había ocurrido en la nave. Luego el resoplo
sonoro de un tremendo estallido, que hizo agitar a toda la embarcación y mi
sueño interrumpido tumultuosamente, se relacionó con la desorientación de las
corridas de los demás tripulantes. ¡A los botes, a los botes! fue el aullido de
una voz resonante y el apresurado entrecruzarse de brazos y manos, retorciéndose
sobre los salvavidas agitados en el apresurado escabullirse del barco que
inevitablemente era tragado por el mar. Corrí, ayudé mientras pude pero un
tremendo impacto en mi cabeza me hizo perder el conocimiento. Ya no supe nada
del destino de los demás tripulantes del carguero Nautilos que se dirigía a
Cabo Verde. Ahora, que he recobrado mi memoria, me encuentro solo en este bote,
semejante a una cáscara de nuez, rodeado de un océano infinito y un cielo
estrellado que me atenaza con sus relucientes estrellas que parpadean mudas
rasgando con sus pálidas luces, la negra noche donde el vaivén del bote me
mece, convirtiéndose en una cuna que navega hacia la nada de una muerte segura.
Me adormezco y mis pensamientos me llevan silenciosamente junto a Sara, que con
sus caricias trata de consolarme, me muestra su amor, rodeando con sus largos
brazos como en un círculo mágico mi cuello y el de nuestro complacido hijo
Esteban.
El
sueño me invade, quiero mantener los párpados abiertos, pero me resulta
imposible, lucho contra mi propio letargo, el mar se hace más denso y
tenebroso, se agita y golpea fuertemente contra el bote; las estrellas se
precipitan rápidamente sobre mí y en ese torbellino las figuras de Sara y
Esteban se van esfumando de a poco, hundiéndose en la lejanía. Pensé en
un rescate milagroso, pero se va postergando y la muerte se acerca como una
sombra, pero tal vez…
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