Por José Félix Luna (en El Punto y La Coma)
Pablo Raúl
Trullenque fue un poeta, escritor, letrista y coplero nacido en Santiago del
Estero el 13 de enero de 1934 y fallecido el 5 de setiembre del 2000.
Huérfano de
padre desde los cuatro meses, fue lustrabotas, vendedor de diarios y, años más
tarde, ayudante de sastre, oficio que le permitió ganarse la vida con decoro.
Proveniente
de una familia de músicos, desde temprana edad se dedicó a animar fiestas
estudiantiles y recitar glosas escritas por él.
En 1957 se mudó
a Buenos Aires donde se relacionó con el cantor Roberto Rimoldi Fraga, para
quien compuso una serie de encendidas piezas de desbordante fervor
nacionalista, como “Argentino hasta la muerte” o la obra integral “Los
Federales”.
En su vasta
producción se distinguen claramente dos vertientes, una caracterizada por la
etapa en que colaboró como glosista de Rimoldi Fraga y la otra, de mayor vuelo
poético y temático, cuando se reveló como el autor más importante que haya dado
esta provincia en los últimos años.
A partir de
su humanismo a ultranza, concibió un arte poético donde caben su naturaleza de
hombre santiagueño, su amor por la tierra, su convicción de que lo tradicional
es la fuente natural para la fisonomía de un pueblo, sus ideas de poeta, su
estilo y su técnica de creador de canciones populares y la pauta de su
fundamental gravitación en el proceso de jerarquización literaria de nuestro
folklore.
Es evidente,
porque se evidencia en su obra y en su conducta intelectual, que jamás renunció
a su condición de poeta para convertirse en letrista de canciones. Entrevió,
más bien, que si escribía sus poemas sólo para la revista o el libro, condenaba
a su obra a una supuesta circulación de élites.
Por eso
eligió para su expresión de poeta la canción; porque entre pecho y espalda
portaba un bombo y una guitarra y porque advirtió que la nación era nuestra
manera connatural de divulgación literaria y la gran imprenta capaz de
comunicar la poesía en gran escala.
Los que aún
sostienen que Pablo Raúl Trullenque fue un poeta “menor” porque se limitó a
escribir letras para canciones populares, no tienen la menor idea de lo que es
ser poeta ni de lo que fue Pablo Trullenque. Él expresó a Santiago del Estero
con versos que establecieron una hermandad entre los fantasmas del pasado y los
hombres vivientes que hacen la continuidad esencial de un pueblo.
Pero como
era un hombre viviente -¡y en qué medida lo era!- conjuró en sus canciones a
las cosas, a los paisajes y las costumbres del pasado con ideas poéticas tan
presentes que fue capaz de consumar una nueva poesía.
Para todas
sus canciones empleó, con exquisita elección, el léxico popular, pero con
sonidos capaces de transmitir ternuras, amores y compadecimientos.
Esta es,
acaso, la cifra capital de la belleza que logra modular en sus inconfundibles
metáforas: “Es una falta envido envido su corazón”, “Es un camino que anda solo
bajo el sol”, “Por fincas perfumadas”, “Tu boca, enjambre de besos”, “Hoy mi
mesa y mi guitarra, mañana mi último abrigo”.
Coplero por
excelencia, cultivó la secular tradición española de manera impecable, pero sin
permitir que la avara métrica le limite. Si hubiera escrito poemas correctos,
poemas regulares, provistos de una gramática tradicional, probablemente hoy
sería uno más en la lista de las antologías y las “antojolías”, uno de esos
poetas que se leen un par de veces en la vida sin que lleguen a provocar
ninguna modificación en nadie.
Pero tuvo la
envidiable intuición de olvidarse de los dogmas de la cultura oficial para
acercarse al hombre de la calle, al del monte y el campo, al del barrio, al del
vino compartido, al amigo amanecido y solo.
Fue varias
veces honrado y condecorado: recibió el premio “Cóndor” otorgado por la fundación Estampas
y Memorias de la ciudad de La Plata; el premio “Reconocimiento” del centro
cultural de la
Universidad Nacional de Tucumán, el premio “Ricardo Rojas”,
otorgado por la municipalidad de Santiago del Estero, que asimismo le otorgó el
título de “Ciudadano distinguido”.
La diócesis
de Santiago del Estero lo reconoció con el premio “Eslabón”, en julio del 2000,
la Sociedad
Argentina de Autores y Compositores lo homenajeó en esta
ciudad, oportunidad en que recibió el premio “Chango”.
Una de las
bibliotecas populares de esta ciudad lleva su nombre y la Legislatura Provincial
lo declaró “Ciudadano ilustre”.
Pero su
mayor premio es más sencillo y se renueva todos los días cuando se juntan los
compadres y se ven los amigos, cuando las tardes de los viernes se va con los
últimos pájaros y empieza lentamente la ceremonia del fuego y del encuentro, la
magia convocante del asado.
Cuando la
guitarra y el vino despiertan juntos y la mesa es un nido de abrazos y de risas
y palabras, cuando cualquiera afina y el otro pide un bombo, cuando arranca el
rasguido y la voz se prepara para cantar la copla; es el momento en que,
esquivando la tristeza, baja su nombre prendido de los versos para presidir el
encuentro de los amigos.
Quiero creer
que eso quería Pablo Trullenque, eso buscaba desde que comenzó a escribir.
Estar volviendo siempre.
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