Por Juan José Gilabert (jj.chila@hotmail.com)
Adiós a los desnudos colchones,
al uniforme y las ajenas zapatillas,
a las duchas de a montones,
a las largas filas para las pastillas.
Adiós a los enfermeros violentos,
preparados para domesticar
a los pacientes más virulentos,
cual si fueran bestias de arriar.
Adiós a los míseros profesionales
que medican desde un escritorio,
y tratan a pacientes como iguales
a los cobayos de laboratorio.
Adiós a los encierros sin permiso,
a las mecánicas contenciones,
a los vómitos en el piso,
a las provocadas convulsiones.
Adiós a los dueños de los picaportes,
a los que critican la risa,
a los que provocan los cortes,
y al chaleco que inmoviliza.
Adiós al innecesario castigo,
y que de esto nadie se asombre
he visto más de lo que digo
y puede soportar cualquier hombre.
Adiós a la maldita burocracia,
que con sus trabas da impotencia
a los que padecen la desgracia
de ser discriminados por su dolencia.
Adiós con una mano decimos
a ese mundo tan oscuro,
mientras con la otra construimos
otro mejor para el futuro.
[Esta es la letra
despejada (yo la había subido junto con
la foto que tomé en el 2009 en el manicomio). Ese fue el paciente que me
la inspiró al rebelarse contra las injurias que le hacían. Su cara lo dice
todo. Un día desapareció y no supe más de él; ni siquiera recuerdo su nombre
pero tampoco importa: él se alzó en nombre de todos.]
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