Por ELÉTOR
[hectorco@infovia.com.ar]
Las últimas horas de la tarde me
encuentran en la playa, gozando de la fina arena y observando cómo el declinar
de las olas llegan suavemente a la orilla. El sol, con su centelleante luz
mortecina, se ondula en las crestas ensortijadas del agua que inesperadamente
me mojan los pies. Y en ese vaivén mis pensamientos toman un curso que tal vez
inconscientemente ya estaba esbozado cuando decidí ir a la playa.
El sol, con su reflejo claro y
calmo, posibilitaba abrirse ante mis ojos todas esas formas transparentes de un
entorno poblado de sutiles colores, acompañados del murmullo del mar y el soplo
de un aire tenue y fresco que se irradiaban en mis oídos y mi piel. Todo era
calmo y serenaba la mente.
Un mundo ordenado y sensual se hacía presente y era
transmutado a un plano estético, donde el equilibrio, fundaba un plano de
perfección que me remitió a que mi interioridad fuera capturada por un estado
de embriaguez donde sólo convivían unas imágenes enlazadas unas con otras
creando una armonía musical.
Esa apacible tarde duró
aproximadamente cuatro horas. El claro oscuro del anochecer fue ocultando las
formas diáfanas que me habían acompañado un rato antes y un fuerte viento
envolvió a todo el entorno. El mar se encrespo frenético y la oscuridad irrumpió
acompañada de un estremecedor retumbar de truenos y relámpagos nacidos de una
inesperada tormenta. Y esa experiencia lindante con lo sublime duró también
aproximadamente cuatro horas. Hoy, en un acto de reminiscencia, todo ha quedado
diluido en esos sucesos que acompañan, pero que a su vez trascienden a los
acontecimientos y que pertenecen como temas de la mística y que son expresados
en un lenguaje poético poblado de metáforas: la luz, la oscuridad y el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario