Por Elétor
hectorco@infovia.com.ar
El ser humano es proclive a contar
historias y a dar explicaciones sobre los acontecimientos que de algún modo
llaman su atención. Según cuenta Aristóteles el asombro fue el impulso que
lanzó al hombre a filosofar. La pregunta originaria fue “por qué es en general
el ente y no más bien la nada”. El que alguna cosa tuviera existencia y se le
manifestara como tal al ser humano causó tal conmoción, que se aventuró sin más
por los caminos del pensar, tratando de encontrar una explicación última que
diera razón del ser de todas las cosas. Por eso la filosofía es menesterosa con
respecto por donde debe empezar, para iniciar el itinerario de remontarse a ese
principio originario y cuales son los métodos que tiene a su alcance para
alcanzar ese conocimiento último. Por eso la perplejidad siempre invade al que
ha adoptado ese camino para discernir qué son las cosas. Pero ¿qué es una cosa?
De una piedra decimos que es una cosa. El mismo rótulo de cosa le asignamos a
un edificio, a un banco de la plaza y también podemos extenderlo “a los
balcones y a la ropa colgada en la soga” que vemos circunstancialmente cuando
elevamos la vista sobre un edificio y presuponemos que puede ser el inicio para
comenzar a reflexionar sobre esa cosa que se nos aparece como un hecho. La
persona que colgó esa ropa tal vez ni se le ocurrió pensar de la forma que lo
está siendo el observador desde la calle. Tiene otro punto de vista. Uno es
básicamente de carácter práctico. Esa ropa fue lavada y puesta en el balcón
para asegurarse un secado más rápido. El otro responde a otras motivaciones y
trata de dar razón o fundamento de un acontecimiento observable y manifiesto en
la representación en su mente de ropa colgada. Como primera medida podrá
considerar que ese evento es contingente, es decir que podría haber ocurrido o
no y por lo tanto es producto de otros hechos que también son accidentales. No
es relevante para el conocimiento que busca la verdad. La verdad tiene
como objetivo el saber de las esencias de las cosas e igualmente establecerlo
también en los cimientos científicos, que sería otro camino para establecer la verdad. No depende de
las simples representaciones sensibles de las cosas que son cambiantes, sino
que se elevan a un “más allá de lo sensible”. Esto quiere decir que poniendo la
verdad en un mundo trascendente inmutable, que es perfecto, y que esos entes
son eternos, adherimos sin cuestionar a una metafísica platónica del
conocimiento, refutable desde otros puntos de vista filosóficos. Por eso tal
vez convenga en esta resumida reflexión tener en cuenta lo dicho por Lao Tse
“el ir más allá significa retornar”, recuperar por ese repatriarse a ese mundo
inmediato y sensible, el equilibrio de la unidad de los opuestos que sólo puede
transitarse en el pensar y no a través del pensamiento puramente lógico y
especulativo. ¿Un experimentar el mundo sin supuestos? ¿Un acceso a través del
pensar poético?
La pregunta queda abierta y los
balcones con ropa colgada en la soga puede ser el inicio de una profunda
reflexión que nos ponga en disposición anímica de trascender simplemente el
acontecer de un pensamiento abstracto no pensado y de la del mirar meramente
sin saber ver.
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