Por Telésforo
En 1453 cayó el llamado Imperio Bizantino
(Constantinopla, actual Estambul) en manos del Islam.
Europa Occidental quedó sin acceso, por el
“este”, al continente asiático.
Europa Occidental necesitaba llegar para su
abastecimiento a la zona de influencia del océano Índico, al Mar Arábigo, a la actual India.
Un marinero genovés (astuto, inteligente,
discreto y cuidadoso del dinero), a quien los manuales escolares llaman
Cristóbal Colón, le “vendió” un proyecto de exploración de una nueva vía
marítima desde el Mediterráneo hasta el Índico (a través del Atlántico) a la reina Isabel de
Castilla, quien lo “compró”.
Este gesto tiene tanta importancia como el
llamado “descubrimiento de América” (1492), por dos motivos que educan:
a) Isabel I, la Católica, reina de Castilla
(no de España) era prácticamente analfabeta y sucia en cuanto a su higiene
personal. Era tímida tanto para el baño como para los libros. Murió a los 30
años y su inteligencia era limitada. Tenía, sí, un pequeño (pequeñísimo)
conjunto de personas que la
asesoraban. Esa “mesa chica” tenía comunicación con los
principales centros políticos, económicos y científicos de Europa. Se supone
que Cristóbal Colón negoció con la “mesa chica” de Isabel.
Moraleja: Tapáte la nariz y mirá, siempre,
quién está detrás.
b) El proyecto que “compró” Isabel era
harto conocido en los ambientes científicos de la Europa de entonces, 1400 y
pico largo.
Cristóbal Colón había intentado vendérselo
a don Juan II, el Perfecto, rey de Portugal.
Pero la corona de Portugal había elegido
desarrollar el proyecto del acercamiento al océano Índico a través del Cabo de
las Tormentas o Cabo de Buena Esperanza
(extremo sur de África, Cabo de las Agujas).
Este proyecto era el más consistente desde
el punto de vista económico, militar y geográfico para la Europa Occidental
de entonces y lo concreta Bartolomeu Dias en 1488.
Moraleja: no siempre gana el favorito, a
veces gana el “tapau”.
En los ambientes científicos de la Europa
pre-renacentista, se sabía de la existencia de tierras donde ahora está lo que
se llama América. Incluso, hay abundantes testimonios tangibles acercados por
los vikingos. Estos la llamaban “tierra del hombre feo”.
Lo que se ignoraba era la dimensión de esas
tierras.
De ahí que, al ignorar la extensión de
América (no su existencia), Colón comete un error.
Otra moraleja: un error puede ser más rico
que un acierto.
Algunas precisiones:
a) Colón no descubrió eso que hoy llamamos
América. Desde la mirada europea de entonces, Colón descubrió un camino
marítimo (una ruta) que une Europa con América a través del océano Atlántico.
b) Colón no era un científico pero se educó
“con” científicos que manejaban teorías y tecnología de punta para su época.
c)
Colón era un explorador, un experimentado marinero en la teoría y la práctica. No era un
conquistador, un guerrero.
d) No se debe confundir la biblioteca que
maneja la clase política, con la biblioteca que manejan los científicos. Los
manuales escolares se nutren de ambas bibliotecas.
e) Colón negoció hábilmente con un sector
político pero estaba “formado” por científicos. Trabajó para el bien, para la
especie humana “no” para el poder, para los políticos.
En estos últimos tiempos, se ha levantado
mucha polvareda por la estatua de Colón arrancada de la cercanía de la casa de
gobierno en la ciudad de Buenos Aires (Argentina). Lo hizo un gobierno
intensamente político; su gesto es armónico a su gramática.
No me gustan las maneras pero estoy de
acuerdo en quitar a Colón de allí, donde reina la vanidad, la necedad y los
oropeles. Mucho ruido, mucho latón para un varón que trabajó con talento,
valentía y discreción para el Hombre con mayúscula.
Yo quiero a Colón en una discreta y
sombreada placita de barrio, donde los niños juegan y las madres intentan que sus hijos den los primeros pasos; donde
los púberes descubren sus inocentes transgresiones y los jóvenes el intrincado
camino del amor.
El genovés era así: “silbaba bajito como el
hornero y levantaba el rancho frente al pampero”.
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