Los supermercados chinos siempre me han resultado poco
agradables. Tal vez porque junto con los hipermercados se encargaron de hacer desaparecer a
todos los pequeños comerciantes de la zona.
Pero la otra noche, pasaba por la vereda del super chino de mi barrio (que antiguamente se llamaba Don Gino y luego de la invasión oriental lo llamaron ingeniosamente Don Chino) y vi al actual dueño en la puerta con dos rayas donde van los ojos, un termo bajo el brazo y un mate en la mano (al mejor estilo mesopotámico o uruguayo) y quedé encantado con la imagen que reflejaba la fusión cultural. Estuve tentado de sacarle una foto, pero me pareció una actitud invasiva, así que me acerqué y atiné a preguntarle:
-¿Te gusta el mate?
El me respondió:
- Me gusta el mate y ¡tu moto!
Y con una sonrisa festejaba el haber hecho un juego de palabras con un idioma tan ajeno al suyo y adquirido a las apuradas.
Desde esa vez este tipo me empezó a caer como un personaje muy simpático, a pesar de mis prejuicios.
Si yo no fuera entrerriano, hasta me hubiera creído que ellos inventaron nuestra propia infusión.
Pero la otra noche, pasaba por la vereda del super chino de mi barrio (que antiguamente se llamaba Don Gino y luego de la invasión oriental lo llamaron ingeniosamente Don Chino) y vi al actual dueño en la puerta con dos rayas donde van los ojos, un termo bajo el brazo y un mate en la mano (al mejor estilo mesopotámico o uruguayo) y quedé encantado con la imagen que reflejaba la fusión cultural. Estuve tentado de sacarle una foto, pero me pareció una actitud invasiva, así que me acerqué y atiné a preguntarle:
-¿Te gusta el mate?
El me respondió:
- Me gusta el mate y ¡tu moto!
Y con una sonrisa festejaba el haber hecho un juego de palabras con un idioma tan ajeno al suyo y adquirido a las apuradas.
Desde esa vez este tipo me empezó a caer como un personaje muy simpático, a pesar de mis prejuicios.
Si yo no fuera entrerriano, hasta me hubiera creído que ellos inventaron nuestra propia infusión.
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