Por Mauricio Saint Martin
No descubrimos nada si
decimos que internet ha traído enormes modificaciones en la vida de la personas. Podemos
enumerar infinidad de cambios ocasionados por esta increíble herramienta
moderna. Cambios que con el transcurso del tiempo se han naturalizado de tal
manera que no sabemos apreciarlos si no hacemos el ejercicio de tomar distancia
y hacer memoria en cómo hacíamos ciertas cosas antes de la llegada de la red de
redes.
Sin ir muy lejos en el
tiempo, recordemos veinte años atrás. Veinte años pueden no ser nada, pero en
la vida moderna representan mucho. Hace veinte años atrás, el adolescente que
se iba a estudiar a la capital (o a otra gran ciudad) y se quería comunicar con
sus padres de manera inmediata, lo tenía que hacer por medio de un teléfono
fijo, en un horario especial y rogando que haya alguien cercano al aparato que
escuche el único timbre que avisaba que había alguien del otro lado tratando de
comunicarse. O sea que los puntos de comunicación eran fijos.
Ni hablar si nos ponemos
a recordar la comunicación mediante cartas postales escritas de puño y letra.
El aspecto negativo de ésta sin ningún lugar a dudas estaba del lado de la
demora en la entrega; pero lo positivo (continúa siéndolo), era el tinte romántico
de la misiva no remplazada por ningún instrumento tecnológico moderno.
Hoy en día, estas formas
de comunicación fueron remplazadas por múltiples tecnologías que podríamos
enumerar en: telefonía móvil celular; correo electrónico; chat; mensajes de textos;
redes sociales; etc. y etc.
Con el ingreso de
internet a la vida del hombre moderno los grandes beneficiados seguramente han
sido las personas que viven en el interior de los países. Aquellos a los cuales
las grandes metrópolis les quedan a cientos de kilómetros de distancia, a horas
del pesado viaje en colectivo o automóvil.
Asimismo, esta
tecnología, no solamente logró achicar distancias entre el interior y la
capital, sino que ha modificado el control de los mercados y ha creado nuevos
mercados.
Esto lo podemos ver en
lugares turísticos como los que yo vivo. En este tipo de ciudades la llegada de
la temporada alta es todo un acontecimiento. Es el momento del año donde se
establece la diferencia económica. La frase provista por Álvaro Alsogaray sobre
que “hay que pasar el invierno” no le cabe más al dedillo que a las ciudades de
la costa atlántica, donde un verano con pocos turistas representa un invierno
largo, duro y lleno de penas e incertidumbres.
Preparar los comercios
del centro, pintar los balnearios y poner las casas y departamentos en
condiciones para esperar a los turistas es la ceremonia obligada de todos los
años.
Volviendo el tiempo
atrás, los grandes intermediarios entre los turistas y los propietarios eran
las inmobiliarias. Las inmobiliarias son esos agentes que poseen una cartera de
clientes dispuestos a alquilar una propiedad por la cual cobran una comisión.
Antes se alquilaba, o por intermedio de éstos o había que hacer guardia en las
casas esperando a que un turista pare, pregunte y alquile. Recuerdo esas horas
interminables dentro de la casa de mis viejos, sentado en el sillón, rogando
que alguien toque timbre y alquile de una buena vez apagando así el
aburrimiento interminable a que era sometido esas tardes de calor mientras
todos disfrutaban de la playa.
Era así de aburrido.
Imaginen que no había cable, computadora ó teléfono celular alguno con el que
se pudiera enviar algún mensaje de texto a algún amigo con el cual mitigar la
larga espera. Nada de eso existía. Era solo el silencio de una casa vacía, bien
aseada y yo.
Pero con la llegada de
internet todo esto ha cambiado rotundamente. Hoy, el poder del mercado de los
alquileres temporales los tienen los mismos particulares. El cliente está ahí.
A la vuelta de un click y en milésimas de segundo. Las inmobiliarias han pasado
a un segundo plano y los mismos propietarios son sus propios agentes que poseen
sus propias carteras de clientes.
Este cambio en el
control del mercado inmobiliario de los alquileres temporales trajo consigo que
la competencia, ya no sea entre las distintas agencias inmobiliarias para ver
quién alquila las mejores propiedades sino que se dé entre los mismos vecinos
que compiten por brindar los mejores servicios al mejor precio.
La relación
precio-producto nunca en la historia estuvo tan expuesta a la comparación como
lo está hoy con internet. Una mala campaña publicitaria o un valor superior al
esperado por el consumidor son inmediatamente castigados.
La posibilidad de quedar
en evidencia se acrecienta cada vez más rápido y no saber subirse al tren
tecnológico hoy representa quedarse sentados esperando a que alguien toque al
timbre mientras otros ya están en la playa disfrutando de las mieles del
verano.
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