Dios en su infinita omnisciencia y omnipotencia nos entregó este último jueves dos acontecimientos paralelos y simultáneos: la muerte de David Viñas y el peor terremoto y maremoto de todos los tiempos que castigó al Imperio del Sol Naciente (Japón).
El Creador juega con simultaneidades y paralelismos.
Los especialistas dicen que el terremoto asiático desplazó en 10 centímetros el punto de rotación del planeta.
Ignorantes, como todos los especialistas, desconocen la muerte de David y las armoniosas coordenadas del Gran Arquitecto.
A Viñas, lo conocí un anochecer húmedo, lluvioso y pesado en un aula de la vieja Facultad de Humanidades en calle 6 de la ciudad de La Plata. No llegaría a los 40 años. Casi gritando nos hablaba sobre la fundación de la ciudad de La Plata, Napoleón III, Sarmiento, Borges, Cortázar, la oligarquía argentina, los anarquistas, Simón Radowitzky, Cambaceres y “ainda mais”.
Cerca de la media noche, cerraron la facultad y un grupo de veinteañeros lo acompañamos hasta el viejo Teutonia de calle 47 casi 7. Viñas seguía hablando con la misma pasión y fuerza que a las 7 de la tarde. Hablaba de temas conocidos pero “desde otro lugar”, diferente a nuestros maestros y profesores. En un momento dado, se puso de pie: “¿Dónde está el baño?”. Mientras orinábamos, seguíamos discutiendo sobre Sartre y Marx.
A las 4 de la mañana, lo acompañamos hasta Plaza Italia para que tomara un ómnibus que lo llevaría a la ciudad de Buenos Aires.
El amanecer nos encontró en algún departamento, tomando mate y comentando a Viñas.
Pasaron los días, las semanas, los meses y los años. En esa etapa, no tuve un segundo contacto a viva voz con Viñas pero lo seguí (como los amigos de aquella noche) a través de revistas como “Contorno”, sus novelas (“Dar la cara”), sus ensayos (“Literatura argentina y realidad política”), sus obras de teatro.
Durante la última dictadura, algún amigo que se atrevió a ingresar a la Argentina (no sin temor), me contó de las andanzas de Viñas en tierra azteca. “Da clases y está hecho un viajero del mundo: España, Dinamarca, Berlín, California. ¡Siempre gritando!” “Hay que darle duro a los gringos”, le respondí.
En una ciudad militarizada hasta en las sábanas matrimoniales, algún rumor comentó que sus hijos, María Adelaida y Lorenzo Ismael Viñas Gigli, “habían perdido”.
Así, pasamos dos guerras como pudimos. (“Nadie sobrevive a 2 guerras sin ser un asesino”). Retomamos nuestra maltrecha constitucionalidad en 1983, más que por aciertos del pueblo por errores de los milicos. En 1985, orinando en un baño del cuarto piso de “la nueva” Facultad de Humanidades me reencontré con Viñas quien estaba presidiendo un jurado en un concurso de una cátedra de Literatura Argentina. Ni él tenía 40 años ni yo 20, pero igual me emocioné cuando escuché sus intervenciones. Era, nuevamente, lo distinto, lo diferente, lo transgresor.
Esa fue la última vez que lo vi y desde entonces comencé a esperar la página de David Viñas que me contara cómo enseñó a sus hijos, con pasión y maestría, el camino hacia una muerte temprana.
Pero el jueves se fue y esa página nunca la leí. Quizá, sólo la escribió para Dios.
También, me deben esa página los Gelman, los Galetti, los Bonafini, los Oesterheld, los Fernández Meijide porque un intelectual “nunca debe ser oficialista” ni siquiera oficialista de sí mismo.
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