Gioseffo Zarlino, importante teórico de la música del siglo XVI, asignaba a ciertas consonancias la cualidad de "dulces" y "suaves". Berlioz se refiere a la "pequeña voz ácida del oboe". El transgresor Eric Satie, pianista y compositor del último siglo, pide en alguna de sus piezas que se toque "con la punta de la lengua". Estas asociaciones entre la percepción del sabor y ciertos parámetros musicales no sólo sugieren que existen puentes entre las experiencias sensoriales, sino que permiten preguntarse por la semántica del pensamiento (cómo construimos significado).
Es precisamente sobre estos temas que giró un inusual trabajo realizado por dos físicos, un matemático y músico argentinos, que acaba de publicarse en la revista Perception . Los científicos no sólo probaron que existe una correspondencia entre la música y el sabor, sino que las asociaciones exceden los atributos sensoriales para ingresar en el dominio de la semántica.
"Siempre me intrigaron las indicaciones, a veces muy curiosas y singulares, que aparecen en las partituras -cuenta Bruno Mesz, el pianista/matemático del grupo- y quería ver si había una cierta congruencia en la interpretación."
Mesz, del Laboratorio de Acústica y Percepción Sonora de la Universidad de Quilmes, es uno de los asistentes al curso de doctorado que dicta el físico Mariano Sigman en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, al que también concurren otros matemáticos, biólogos, lingüistas.
"Hablamos mucho sobre música y semántica, música y lenguaje, música y pensamiento en general -agrega Sigman-. Un día se nos ocurrió esbozar un proyecto para establecer puentes entre estas experiencias. Encontramos un montón: algunos intuitivos y otros no tanto. Por ejemplo, la representación del tiempo y del espacio. Casi todo el mundo piensa que el pasado está atrás y el futuro, adelante; es una arbitrariedad bastante persistente en todas las culturas. Casi todos creemos que hay colores cálidos y fríos. Son puentes sinestésicos entre la sensación térmica y la cromática. En este trabajo, nos preguntamos si existe una correspondencia ubicua entre dos experiencias sensoriales y culturales en apariencia distintas, la música y el sabor."
Para averiguarlo, los investigadores convocaron a nueve músicos entrenados en improvisación que venían de la música popular, académica y contemporánea, y les pidieron que realizaran 24 improvisaciones sobre la base de los cuatro gustos canónicos: dulce, salado, amargo y ácido.
Encontraron que estas palabras inspiraban patrones muy consistentes: el amargo se correspondió con sonidos graves y ligados, el salado, con el stacatto (notas bien separadas unas de otras), el ácido/agrio, con melodías muy agudas y disonantes, y el dulce, con música consonante, lenta y suave. "Las dimensiones que analizamos son las más típicas -explica Mesz-. El tono, la duración, la articulación o continuidad entre las notas, si los acordes son resonantes o disonantes, la intensidad..."
Para probar objetivamente las regularidades, Sigman y Marcos Trevisan, del Laboratorio de Sistemas Dinámicos y del de Neurociencia Integrativa, de la UBA, diseñaron un programa de computación que "escuchó" (decodificó) las melodías y reconoció con alrededor de un 80% de precisión si la palabra que había disparado su creación era "amargo", "dulce", "ácido" o "salado".
Pero la exploración no terminó allí. De un conjunto de 108 improvisaciones, los científicos luego les pidieron a 57 estudiantes sin ningún tipo de entrenamiento musical que escucharan los 15 segundos iniciales de tres composiciones correspondientes a cada sabor, ordenadas al azar. Después de cada una, los participantes tenían 10 segundos para contestar a qué sabor la asociaban. El nivel de acierto superó el 70%.
"Pudieron adivinar el gusto de la música casi a la perfección -dice Sigman-. Esto muestra que hay una promiscuidad sensorial que es la base de la metáfora y del pensamiento. Somos seres que construyen objetos semánticos, de significado, a partir de la experiencia sensorial. Y eso tiene que ver con cómo se organiza el pensamiento, porque esos puentes no son caprichosos, sino que tienen ciertas regularidades. Una primera pregunta es si responde a un condicionamiento cultural. ¿Responderían lo mismo en países que tienen música pentatónica? Esto abre preguntas cuya respuesta no conocemos..."
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