Por Roque Domingo Graciano
marlasbrusquitas@gmail.com
Fue en Kentuky (USA), el varón
predicaba la fe y era hombre de fe.
Jamie Coots, el creyente predicador,
brindaba una ceremonia religiosa en la iglesia de Middlesboro ante un centenar
de fieles.
Su sermón discurría sobre la vida
terrenal y la vida eterna; sobre el pecado y la virtud pero por sobre todas las
cosas sobre la fe. “Quien tenga fe será
salvado”.
Todo lo demás es subsidiario;
aconsejable, bueno pero secundario. La fe, ¡la fe! es la condición necesaria y
suficiente para la salvación.
Alguno, entre la concurrencia,
bostezó; algunos pies restregaron las lustradas baldosas. Eran las señales que Jamie
Coots esperaba para introducir un gesto convincente. “¡Todo sea por la mayor gloria de
Dios!”
(Jamie Coots era, asimismo, animador
del programa televisivo “Snake Salvation”, 'Salvación
con Serpientes', de National Geographic.)
Mientras invocaba al crucificado, Jamie
Coots sacó de su habitáculo una serpiente venenosa. La concurrencia se avispó.
El sermón de Coots siguió en la
misma línea conceptual pero con un nuevo fuego, con una impronta que aviva a la
concurrencia.
De pronto, el ofidio mordió el dorso
de la mano del predicador. La concurrencia exhaló una exclamación.
Jamie Coots sonrió para sus adentros
y redobló el énfasis de sus palabras, mientras calmaba a los presentes. Era el
ademán exacto que Dios le enviaba para demostrar la “FE”.
Veinte minutos más tarde, cerró la
ceremonia y varios creyentes se acercaron a saludar al predicador. Quizá
alguno, mientras se retiraba, barruntó una triquiñuela.
Varios integrantes de la banda de
músicos que acompañaban al predicador se acercaron a Jamie Coots y se
ofrecieron para llevarlo a un centro asistencial. Jamie rechazó enérgicamente
esa posibilidad y se dirigió a su domicilio.
Los músicos (¡hombres de poca fe!)
informaron de la situación al fiscal del distrito quien ordenó al cuerpo médico
y a la policía que actuaran.
Cuando el personal estatal llegó al
domicilio de Jamie Coots, el predicador no les permitió ingresar a la vivienda,
argumentando sus derechos constitucionales y a través del “portero inalámbrico”
los exhortó a abandonar los falsos dioses como la Ciencia y la Medicina; volver
a la Biblia y reencontrarse con Jesús, Única Salvación.
Ya solo, en la penumbra de la sala,
se sentó en el mullido sillón, frente al televisor apagado. Pensaba en cosas
vagas. “Quizá (se decía), si pudiera llegar a Frankfort o Lexington
donde nadie me conoce, podría pedir un control en un hospital pero aquí todos saben
quien soy; yo he dado mi palabra, he dicho mi verdad. Soy esclavo de ella.”
Después, recordó cuando lo habían
detenido en Tennesse por traficar animales salvajes. “¿Fue en Tennesse o en Arkansas? Talvez, fue en Texas.”
Su último pensamiento fue la imagen
de un mexicano sucio, con olor a alcohol y fritanga, en una polvorienta ruta de
California, que le ofrecía pingües ganancias con la venta de víboras.