sábado, 22 de febrero de 2014

VARÓN DE FE



Por Roque Domingo Graciano
marlasbrusquitas@gmail.com
Fue en Kentuky (USA), el varón predicaba la fe y era hombre de fe.
Jamie Coots, el creyente predicador, brindaba una ceremonia religiosa en la iglesia de Middlesboro ante un centenar de fieles.
Su sermón discurría sobre la vida terrenal y la vida eterna; sobre el pecado y la virtud pero por sobre todas las cosas sobre la fe. “Quien tenga fe será salvado”.
Todo lo demás es subsidiario; aconsejable, bueno pero secundario. La fe, ¡la fe! es la condición necesaria y suficiente para la salvación.
Alguno, entre la concurrencia, bostezó; algunos pies restregaron las lustradas baldosas. Eran las señales que Jamie Coots esperaba para introducir un gesto convincente. “¡Todo sea por la mayor gloria de Dios!”
(Jamie Coots era, asimismo, animador del programa televisivo “Snake Salvation”, 'Salvación con Serpientes', de National Geographic.)
Mientras invocaba al crucificado, Jamie Coots sacó de su habitáculo una serpiente venenosa. La concurrencia se avispó.
El sermón de Coots siguió en la misma línea conceptual pero con un nuevo fuego, con una impronta que aviva a la concurrencia.
De pronto, el ofidio mordió el dorso de la mano del predicador. La concurrencia exhaló una exclamación.
Jamie Coots sonrió para sus adentros y redobló el énfasis de sus palabras, mientras calmaba a los presentes. Era el ademán exacto que Dios le enviaba para demostrar la “FE”.
Veinte minutos más tarde, cerró la ceremonia y varios creyentes se acercaron a saludar al predicador. Quizá alguno, mientras se retiraba, barruntó una triquiñuela.
Varios integrantes de la banda de músicos que acompañaban al predicador se acercaron a Jamie Coots y se ofrecieron para llevarlo a un centro asistencial. Jamie rechazó enérgicamente esa posibilidad y se dirigió a su domicilio.
Los músicos (¡hombres de poca fe!) informaron de la situación al fiscal del distrito quien ordenó al cuerpo médico y a la policía que actuaran.
Cuando el personal estatal llegó al domicilio de Jamie Coots, el predicador no les permitió ingresar a la vivienda, argumentando sus derechos constitucionales y a través del “portero inalámbrico” los exhortó a abandonar los falsos dioses como la Ciencia y la Medicina; volver a la Biblia y reencontrarse con Jesús, Única Salvación.
Ya solo, en la penumbra de la sala, se sentó en el mullido sillón, frente al televisor apagado. Pensaba en cosas vagas. “Quizá (se decía), si pudiera llegar a Frankfort o Lexington donde nadie me conoce, podría pedir un control en un hospital pero aquí todos saben quien soy; yo he dado mi palabra, he dicho mi verdad. Soy esclavo de ella.”
Después, recordó cuando lo habían detenido en Tennesse por traficar animales salvajes. “¿Fue en Tennesse o en Arkansas? Talvez, fue en Texas.”
Su último pensamiento fue la imagen de un mexicano sucio, con olor a alcohol y fritanga, en una polvorienta ruta de California, que le ofrecía pingües ganancias con la venta de víboras.

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