sábado, 15 de febrero de 2014

LA HORA DEL BOSTEZO


Por Elétor
hectorco@infovia.com.ar
Los sueños son la sustancia de la psiquis; es decir, ya han dejado de ser las manifestaciones de un más allá que los dicta y que están relacionados a mi destino personal, para pasar a ser interpretados desde otros ámbitos. 
Como los intereses del inconsciente cuando el estado de vigilia se repliega y ya no estoy atento en disimular la vida de los instintos y del mundo condicionante de lo normativo.
Por eso, tal vez, para una mejor comprensión, sea más ventajoso el poder instalarme en esa zona que Bergman ha llamado “la hora del lobo”; donde lo consciente se funde con lo inconsciente en las horas crepusculares de la noche, y emergen de esa oscuridad un laberinto indefinido de surcos; donde las imágenes se funden unas con otras dejando las más de las veces inconcluso el relato que yace en esa incoherencia, que desplaza toda lógica. Es un espacio abierto en que puedo sumergirme y tratar de navegar por un inmenso río sin límites definidos; en donde surgen las cabezas de monstruos subterráneos que interceptan mi andar para querer devorarme; mientras un sentimiento de terror me arranca de los soportes de un cuerpo enteramente rígido que quiere huir y no puede hacerlo porque lo impide una parálisis de músculos encogidos que no responden a los mandatos de la mente.
¡Ah, qué liberación!, cuando la situación onírica cambia y todo se resuelve en otra atmósfera; ahora, densa, poblada con otros rastros de imágenes que señalan otras historias.
Un inmenso reloj hace su aparición sin las manecillas que marcan las horas que se hunden en la arena de un inmenso desierto, en el que vagabundeo sin tener un rumbo fijo que seguir y donde ya no se manifiesta ninguna cosa porque han sido alzados por un impetuoso viento que se ha transformado en un vigoroso tornado; que amenaza con llevarme también en su atropellada agitación.
Así, sin orden, al no estar sujeto al espacio ni al tiempo. Las imágenes se suceden unas a otras, dispersándose en una asociación libre sin intervención de la atención ni de la voluntad.
En ese cosmos fantasmagórico que queda sujeto las más de las veces al olvido. O  bien, cuando al despertar me reintegro súbitamente a ese estado de conciencia que llamo “real” y desde esa óptica trato de interpretarlo con ese instrumento que se llama “razón”.
En ese momento, tropiezo con las resistencias oscuras de los fundamentos, que dicen revelarse en la reflexión científica, pero que descubro sigue siendo ese mundo oculto, sólo entrevisto como un enigma por el pensar poético.

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