Por Elétor
hectorco@infovia.com.ar
Los
sueños son la sustancia de la psiquis; es decir, ya han dejado de ser las
manifestaciones de un más allá que los dicta y que están relacionados a mi
destino personal, para pasar a ser interpretados desde otros ámbitos.
Como los
intereses del inconsciente cuando el estado de vigilia se repliega y ya no
estoy atento en disimular la vida de los instintos y del mundo condicionante de
lo normativo.
Por eso,
tal vez, para una mejor comprensión, sea más ventajoso el poder instalarme en
esa zona que Bergman ha llamado “la hora del lobo”; donde lo consciente se
funde con lo inconsciente en las horas crepusculares de la noche, y emergen de
esa oscuridad un laberinto indefinido de surcos; donde las imágenes se funden
unas con otras dejando las más de las veces inconcluso el relato que yace en
esa incoherencia, que desplaza toda lógica. Es un espacio abierto en que puedo
sumergirme y tratar de navegar por un inmenso río sin límites definidos; en
donde surgen las cabezas de monstruos subterráneos que interceptan mi andar
para querer devorarme; mientras un sentimiento de terror me arranca de los
soportes de un cuerpo enteramente rígido que quiere huir y no puede hacerlo
porque lo impide una parálisis de músculos encogidos que no responden a los
mandatos de la mente.
¡Ah,
qué liberación!, cuando la situación onírica cambia y todo se resuelve en otra
atmósfera; ahora, densa, poblada con otros rastros de imágenes que señalan
otras historias.
Un
inmenso reloj hace su aparición sin las manecillas que marcan las horas que se
hunden en la arena de un inmenso desierto, en el que vagabundeo sin tener un
rumbo fijo que seguir y donde ya no se manifiesta ninguna cosa porque han sido
alzados por un impetuoso viento que se ha transformado en un vigoroso tornado;
que amenaza con llevarme también en su atropellada agitación.
Así,
sin orden, al no estar sujeto al espacio ni al tiempo. Las imágenes se suceden
unas a otras, dispersándose en una asociación libre sin intervención de la
atención ni de la voluntad.
En ese cosmos fantasmagórico que queda sujeto las más de las veces al olvido. O
bien, cuando al despertar me reintegro
súbitamente a ese estado de conciencia que llamo “real” y desde esa óptica
trato de interpretarlo con ese instrumento que se llama “razón”.
En ese momento, tropiezo
con las resistencias oscuras de los fundamentos, que dicen revelarse en la
reflexión científica, pero que descubro sigue siendo ese mundo oculto, sólo
entrevisto como un enigma por el pensar poético.
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