Por Elétor (hectorco@infovia.com.ar)
Con la preposición ´pos´ o ´post´, designamos lo que
está “detrás” “después de”.
En este caso en particular, nombramos a un período que viene
después de la modernidad.
No hay discrepancias en aceptar que se están experimentando
cambios profundos en las condiciones del pensamiento que afectan nuestra
existencia y que resultan de difícil interpretación debido a la complejidad de
causas que la han provocado.
Pero es ineludible preguntarnos ¿Qué características tiene la modernidad que
la diferencia de la posmodernidad?
Si queremos penetrar
en sus fundamentos y no quedarnos en lo
meramente dicho, debemos recurrir a la ontología, en tanto ella es la que
posibilita una interpretación de nuestra condición o situación en el ser.
(Debo aclarar que
este análisis esta basado en la interpretación que hace Gianni Vattimo
de la posmodernidad a partir de una exégesis
del pensamiento de Nietzsche y Heidegger.)
Un primer rasgo digno de resaltar para caracterizar a la modernidad es el que señala Vattimo: “la idea de la historia
del pensamiento como progresiva
iluminación”.
El pensamiento moderno
se mueve en una atmósfera de apropiaciones y reapropiaciones de los
fundamentos. Es la época en que las revoluciones (sean teóricas o políticas) se
justifican a partir de “recuperaciones, renacimientos, retornos”.
El ser no se concibe como fijo y estático, sino que
evoluciona y se historia. Es la época en que
predominan las explicaciones históricas
no sólo en el ámbito humano sino que también alcanza al plano de la naturaleza.
Surge también la idea de progreso.
Pero junto a ese rasgo hay que señalar
el predominio de la idea de valor, tanto que, como señala Heidegger, en la
modernidad, el ser se transmuta en valor. Hay todo un proceso y un olvido del
ser por parte del hombre. Esa aniquilación
del ser en valor lo convierte en un ser exclusivamente que valora.
Estamos en el tiempo donde
se experimenta con sobrecogimiento la devaluación de los valores
supremos que estaban sustentados en el valor supremo, Dios.
Nietzsche es el que lanza la tremenda frase: “Dios ha
muerto.” Si Dios ha muerto, los valores sustentados en ese valor supremo dejan
de tener un fundamento. Se hace la experiencia de su devaluación. Ya el hombre
no tiene necesidad de saber sobre las causas últimas. Es uno de los rasgos que
caracterizan a nuestra época, Nietzsche le puso un nombre: nihilismo.
Es la época donde el ser se disuelve en la nada. Vattimo ampliando esos aspectos entiende por
nihilismo “la transformación del valor de uso en valor de cambio”, y sigue
diciendo “no se trata de que el nihilismo sea que el ser esté en poder del
sujeto sino que el ser se haya disuelto completamente en el discurrir del
valor”.
Las cosas y el saber no son considerado en su ser, según su
esencia, sino en lo que valen como valor de cambio.
El trabajo,
componente esencial de la condición humana como fuente de realización, se
encuentra pervertido al considerárselo
una mercancía más en el mercado.
Hay una pérdida del sí mismo (alienación) que debe ser
superada para recuperar la auténtica y verdadera humanidad. La concreción de
los logros en la sociedad industrial tardía,
la elevación del nivel de vida a través de una reproducción indefinida
de bienes y servicios, debido en gran parte
a la incorporación en las fuerzas productivas de la nueva tecnología (unido a la experiencia de los fracasos) en
la práctica, desbarató la idea de
la posibilidad de cambio alternativo.
La reapropiación como recuperación del “sí mismo” y la superación del nihilismo, ya no es
pensada desde el proyecto de la sociedad
global, sino como un camino de cada cual, en tanto individuo.
Se percibe un aire de nostalgia y una insistencia en la recuperación del sentido y fines de la
existencia, que escapen a lo meramente mercantil, recobrando lo “auténtico y
propio”.
Vattimo dice. ¿No será este el tiempo de la nostalgia de la reapropiación,
nostalgia de Dios, nostalgia del Ontos y en términos psicoanalíticos como nostalgia de un yo imaginario que se resista a la
peculiar movilidad, inseguridad y permutabilidad de lo simbólico?”
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