Por Telésforo
Hogewey es un
pueblo como cualquier otro de Holanda. Tiene sus cafés, sus restaurantes, sus
tiendas, su teatro, su parque. También, tiene algo que lo hace completamente
diferente a cualquier otra localidad del mundo: todos sus habitantes padecen algún tipo de demencia.
Los 150
residentes de este lugar cercano a Amsterdam no viven solos. Están acompañados en todo momento por
médicos, celadores y enfermeras. Pero ninguno de ellos va vestido con el
uniforme habitual. Están camuflados como jardineros, peluqueros, mecánicos o
vendedores para no perturbar el idílico clima.
Hogewey es una especie de hospital al aire libre de 16.000 metros cuadrados
especialmente diseñado para sus habitantes.
Ellos pueden
andar sin límites por sus calles (que además están decoradas como en los
años 50) y vivir tranquilamente,
sin sentir que están siendo tratados por una enfermedad que no tiene cura y que
ni siquiera saben que padecen.
Fue fundado en el año 2010, y los
residentes han sido diagnosticados con
‘demencia extrema’ por los médicos
de la seguridad social holandesa. Su
media de edad es de 83 años y son cuidados por 250 profesionales de la salud
y voluntarios que ofrecen su ayuda. Los
pacientes viven en grupos de 6 o 7 en alguna de sus 23 casas. En ellas
también duermen dos cuidadores, que velan por su bienestar. Los residentes
disfrutan de habitaciones individuales, pero comparten la cocina y la sala de
estar.
Los beneficios que ofrece Hogewey frente a
los hospitales tradicionales son muchos. Lo primero que se destaca en los pacientes es una menor ansiedad.
Se encuentran en un entorno familiar, tranquilo y “humano”, que reconocen y en
el que se sienten seguros. Están rodeados por objetos que conocen y por
personas muy parecidas a ellos, con los que comparten valores e historia.
Los residentes disfrutan de una gran calidad de vida. Todo el mundo se mantiene activo.
Algunas de esas cosas son actividades como
cocina, ciclismo, literatura o pintura. En
Hogewey, existen clases para que todos los ancianos puedan disfrutar de un ocio
de calidad que además fomente su autoestima y permita que sus
habilidades cognitivas se mantengan frescas.
Se anima a que
los pacientes sigan haciendo las mismas cosas que hacían en casa: pelar papas,
arreglar el jardín, lavar la ropa o ir de compras. Todo para que puedan
sentirse bien haciendo cosas que les son familiares.
Las casas también
tienen sus peculiaridades. Una de ellas, por ejemplo, está decorada como una mansión y
los cuidadores se comportan como criados.
En ella viven los
enfermos que anteriormente disfrutaron de un alto nivel de vida, para que se
sigan sintiendo igual.
En otra, la decoración es mucho más simple.
En ella viven carpinteros, gasistas o electricistas, que disfrutan de un hogar
muy parecido al suyo.
En Hogewey, también hay diversión. Periódicamente se organizan bailes y
espectáculos para que todos los residentes pasen un buen rato. En ellos,
se escucha música que estuvo de moda en Holanda en la década de los 50.
Antes de acudir al baile, las mujeres
pueden peinarse en el salón de belleza del pueblo.
La construcción de Hogewey le costó al
Gobierno holandés unos 30 millones de
euros. La estancia de cada uno de los residentes cuesta 10.000 euros al mes, de los que no más de 4.000 salen del
bolsillo de los familiares de los ancianos. El resto de la minuta recae sobre
las arcas públicas. La lista de espera
para acceder al centro es larga, y pueden pasar hasta 5 años para que un
nuevo paciente pueda entrar.
A pesar de que solo lleva en actividad
cuatro años, los beneficios de esta iniciativa frente a la hospitalización
clásica o el habitual centro de internamiento es evidente: los pacientes suelen consumir mucha menos
medicación, viven más, parecen más felices y responden mejor a las pruebas que
miden su memoria y su capacidad de expresión.
El éxito de esta iniciativa ha hecho que
otros países se animen a imitarla. En
2013 se inauguró un centro en Fartown (Inglaterra) que imita un pueblo inglés
de los años 50. En Suiza, se está construyendo otro en la localidad de
Wiedelisbach.
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