Por Telésforo
País contradictorio (lleno de vida), la Argentina. Por un
lado, es incapaz de consolidar un sistema electoral transparente y tiene algún mandatario
(mentiroso) de “dudoso” título universitario, entre otras lindezas. Por el
otro, emerge como un país líder superando a Japón, a los Estados Unidos de
América y a Europa por varias cabezas.
Los números dicen (según la Organización de las
Naciones Unidas dedicada a la Educación, la Ciencia y la Cultura) que en la
Argentina el 62% de quienes se dedican a la investigación científica son
mujeres, frente al 20% en Estados Unidos de América, el 25% en Europa y el 4%
en Japón.
Es información dura. Difícil de negar.
En armonía con el párrafo anterior, la Directora General
de la Unesco, Irina Bokova destacó a la Argentina como “un ejemplo en el mundo por la alta cantidad de mujeres activas en
ciencia”.
Algo más. Según fuentes del CONICET, el 60%
del total de los becarios son mujeres. Estos son quienes fueron seleccionados
para recibir una beca de grado, hacer un posgrado e ingresar a la carrera de
investigador.
De lo anterior, se puede inferir que la
tendencia actual tiende a mantenerse en el tiempo.
(A lo ya expresado, hay que agregar que, en
algunas Universidades Nacionales como la de la ciudad de La Plata, el número de
egresados mujeres supera al número de egresados varones).
Seguramente, el fenómeno debe de tener
múltiples causas.
Yo quiero rescatar una que “no” excluye
otras posibilidades: la versatilidad del varón. Posiblemente, el varón está más
dispuesto a trabajar en el ámbito privado (mejor pago) o a radicarse en un país
extranjero (como investigador o profesional) con una remuneración más elevada.
La mujer, en cambio, con mayor equilibrio
emocional, se siente cómoda en un sistema como la carrera de investigador
científico y, a la larga, se ven los frutos: construye un sólido edificio que
coadyuva al bienestar general.
Esto trae a mi memoria a “las puesteras” en
la construcción de las Estancias argentinas. “Los puestos” (columna vertebral
de esas unidades agrarias, en formación) eran atendidos por mujeres,
mayoritariamente.
Los varones iban a la guerra, a la cárcel,
a un arreo o morían en un entrevero “mistongo”. Quedaban las mujeres.
Las Estancias argentinas como institución
son absolutamente necesarias y medulares para el ingreso de la Argentina a la
modernidad (siglo 19), cuando la Argentina dejó de ser un mero conglomerado de
habitantes para construirse en una nación moderna con un “plan maestro”. En el
corazón de esa construcción, estuvieron
las mujeres, las “puesteras”.
Pero los patrones eran, mayoritariamente,
varones.
Ahora bien, cuando la Argentina se insertó
en el sistema capitalista internacional y abandonó un feudalismo abierto, los
varones volvieron a “los puestos” de las estancias argentinas y desplazaron a
la mujer.
La paz y la prosperidad jugaron en contra
de la mujer “puestera”.
Hoy, las mujeres son mayoría en el sistema
de investigación científico de la Argentina pero los directivos son varones.
Todo futuro está abierto.
Desde estas líneas, aplaudo de pie a
quienes erigen un camino que, enfáticamente, dignifica a la especie humana.