Autor anónimo
Un
perdedor tiene más chapa que un ganador
La
vida no es fácil. Hay triunfos, empates y derrotas como en el fútbol.
No
hablaré aquí de quien pierde después de poner los huevos, el corazón y las
tripas para ganar. Hay situaciones ineluctables. Hay realidades irreductibles.
También, biológicas.
De
cualquier manera, nadie pierde si persevera en su crecimiento.
Hablo
de quienes minuciosamente se programan para perder, de quienes gozan de la
sensualidad de la derrota, ¡de la comodidad de la derrota!
Perder
para denunciar (hacia sí mismo o hacia otros) la responsabilidad ajena de la
desgracia propia que cultivan con ahínco.
La
derrota como forma de vida, en la cosmovisión de quienes la eligieron como
militancia, tiene un sabor a justicia, a verdad, a verdad eterna, a-histórica.
El que se elige (quizá, subconscientemente; quizá, por un imperativo
biológico; tal vez, por razones históricas) PERDEDOR prefiere tener razón a
crecer.
A
partir de la derrota, el PERDEDOR encontrará el “norte” de su vida: narrar sus
padecimientos y denostar al otro, al ganador.
En
esos discursos (el narrativo y el denotativo), el PERDEDOR agota su vida.
El
PERDEDOR dedica muchas horas del día a construir su ineptitud. Tiene cierta predilección hacia la no felicidad.
El
PERDEDOR siempre tiene razón pero no hace nada. Describe “el maldito fenómeno”,
la enojosa situación pero, sistemáticamente, se niega a buscar formas para
superarla. ¡No! Si superare esa situación, dejaría de ser perdedor y sería un
roñoso ganador.
Para
mis amigos los psicólogos, es una de las formas de la neurosis. Perder implica
sufrir, dolor y como la Santa Madre Iglesia nos enseña “el sufrimiento, salva”;
es un refugio. SALVA
DE HACERSE CARGO DE SÍ MISMO que es el
peor de los infiernos.
O
tal vez, como me decía mi agnóstico amigo Mario (a quien Dios lo tenga en la
gloria): “SÓLO DIOS BRILLA EN EL TEMPLO”; “SÓLO LA SANTA MADRE IGLESIA BRILLA
EN LA FAZ DE LA TIERRA” para los pueblos meridionales.
Asimismo,
el PERDEDOR siempre tiene algo feo para contar. Denigra a los ganadores, a
quienes dan la batalla de la vida, a quienes le encontraron la vuelta a la
vida, a quienes se hacen cargo de sus defectos y limitaciones, a quienes tratan
de crecer.
Para
perder, para fracasar sobran los argumentos y es más cómodo que ganar, que
construir el triunfo.
(Nota del editor: texto traspapelado, busca su autor)
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